En cuestión de semanas, el papa Francisco ascendió de simple sacerdote a obispo, luego a cardenal y finalmente a prefecto del dicasterio para el diálogo interreligioso al indio George Jacob Koovakad, de 51 años, quien durante los últimos cuatro años (y en el futuro) ha sido el organizador de sus viajes por el mundo.
Afortunadamente, sin embargo, el recién elegido solo tendrá que ocuparse del diálogo «ad extra», con otras religiones, porque en cuanto al diálogo “ad intra”, proviene de una Iglesia que no podría estar más dividida, incluso en oposición frontal al papa.
Koovakad pertenece a la Iglesia católica siro-malabar, con 4,5 millones de fieles, principalmente residentes en el sur de la India, en el estado de Kerala, donde fue ordenado obispo el pasado 24 de noviembre. Es una Iglesia cuyos orígenes se remontan a los primeros siglos, con el apóstol Tomás como fundador, cuya tumba se venera en Chennai. De origen sirio-oriental, tiene un autogobierno de modelo sinodal y una liturgia eucarística propia, incluida la antiquísima anáfora de Addai y Mari, que es la única que no incluye las palabras de Jesús sobre el pan y el vino ofrecidos como su cuerpo y su sangre.
Desde el siglo XVI, tras la llegada de los portugueses a la India, la Iglesia siro-malabar fue fuertemente latinizada, solo recuperando en el siglo pasado, antes y después del Concilio Vaticano II, algunos de sus rasgos ancestrales. Uno de ellos se refiere a la posición de los celebrantes durante la «Qurbana», la misa. En 2021, el sínodo de toda la Iglesia siro-malabar estableció definitivamente y por unanimidad que los celebrantes deben estar de cara al pueblo durante la liturgia de la palabra y la bendición final, pero de espaldas al pueblo y de cara al altar durante la liturgia eucarística.
Y ahí estalló el conflicto. Porque la gran mayoría de los sacerdotes de la populosa sede primacial, la archieparquía de Ernakulam-Angamalay, desobedecieron la orden y se obstinaron en celebrar toda la misa de cara al pueblo. Para defender lo establecido por el sínodo, quedaron casi solos el arzobispo mayor de la archieparquía, el cardenal George Alencherry, ya impopular y duramente criticado por otros asuntos de tipo administrativo, y su administrador apostólico de nombramiento papal, el arzobispo Andrews Thazhath, quien también era presidente de la Conferencia Episcopal de la India.
El clima era tan tenso que Thazhath necesitaba protección policial para celebrar la misa, las facciones rivales se enfrentaban físicamente incluso dentro de las iglesias, y la misma catedral de Santa María en Ernakulam tuvo que permanecer cerrada durante meses.
Mientras tanto, en Roma, Francisco había puesto en marcha el sínodo sobre la sinodalidad, con la declarada intención de uniformar a toda la Iglesia bajo este modelo de gobierno colegial. Por lo tanto, el papa quería que se respetara la norma del sínodo siro-malabar de 2021.
En el verano de 2023, para resolver la disputa, el papa envió a aquella tierra rebelde como delegado suyo a un experto en la materia, el jesuita Cyril Vasil, arzobispo de la eparquía greco-católica de Kosice en Eslovaquia y anteriormente secretario del dicasterio para las Iglesias orientales.
Vasil llegó el 4 de agosto a Ernakulam con un mensaje del papa pidiendo obediencia a los fieles. Pero no logró que este mensaje se leyera en todas las iglesias, ni pudo entrar en la catedral sin la protección de la policía. La alternativa que proponía no aceptaba ninguna mediación, que había sido intentada por un grupo de obispos y sacerdotes de la región. Según él, o se obedecía al papa y, por tanto, a las decisiones del sínodo, o se seguía a los «instigadores que llevan a la perdición». Terminaron lanzándole huevos e insultos.
Pero ni siquiera después del fracaso de la misión de Vasil, Francisco cedió. A principios de diciembre de 2023, aceptó la renuncia del cuestionado cardenal Alencherry y de su brazo derecho Thazhath, pero dirigió a los fieles siro-malabares un videomensaje traducido también al malayalam, el idioma local, en el que nuevamente pedía obediencia absoluta, cuya única alternativa era el cisma:
«Sois Iglesia, no os convirtáis en una secta. No obliguéis a la autoridad eclesiástica competente a levantar acta de que habéis salido de la Iglesia, porque ya no estáis en comunión con vuestros pastores y con el sucesor del apóstol Pedro».
Pero ni siquiera después de este videomensaje el papa obtuvo obediencia. En enero, nombró al nuevo arzobispo mayor de la Iglesia siro-malabar en la persona de Raphael Thattil, con Bosco Puthur como administrador apostólico.
Y el 13 de mayo de 2024, al recibir en audiencia en Roma a los obispos siro-malabares con una amplia representación de fieles, Francisco intentó nuevamente convencer a los rebeldes de obedecer.
Para ganárselos, ofreció a la Iglesia siro-malabar, sorpresivamente, un nuevo papel de relevancia internacional: el de cuidar a todos los migrantes, cientos de miles, que partieron de Kerala para trabajar en los estados árabes del Golfo, «para que el gran patrimonio litúrgico, teológico, espiritual y cultural de vuestra Iglesia pueda brillar aún más». Y los exhortó a actuar «de inmediato», incluso antes de que tal jurisdicción fuera canónicamente confirmada «mediante documentos» que debían ser solicitados y obtenidos en el Vaticano.
Pero luego, Francisco insistió nuevamente en lo que más le importaba: «Faltar gravemente al respeto al santísimo sacramento, sacramento de la caridad y de la unidad, discutiendo sobre detalles celebrativos de esa eucaristía que es el punto más alto de su presencia adorada entre nosotros, es incompatible con la fe cristiana. […] Es aquí donde el diablo, el divisor, se infiltra, contradiciendo el deseo más ferviente que el Señor expresó antes de sacrificarse por nosotros: que nosotros, sus discípulos, fuéramos ‘una sola cosa’ (Jn 17,21), sin dividirnos, sin romper la comunión».
En junio, el nuevo arzobispo mayor de la Iglesia siro-malabar dirigió al clero y a los fieles una circular con la exigencia definitiva de obedecer las decisiones del sínodo de 2021.
La circular debía leerse en todas las iglesias, pero solo en muy pocas se hizo. A partir del 3 de julio, fecha límite del ultimátum, los sacerdotes que no obedecieran serían excomulgados. Pero, de hecho, la circular fue quemada públicamente o arrojada a la basura, con fuertes protestas. Y cinco obispos de las diócesis cercanas, en una carta al arzobispo mayor, también se posicionaron en contra de la excomunión amenazada a los desobedientes, cuando, según escribieron, «se debería haber escuchado al papa Francisco», quien en la audiencia del 13 de mayo «nos dijo que el problema debía ser resuelto por nosotros mismos en sínodo» y no con una sola orden desde arriba.
De hecho, el 1 de julio, el sínodo de la Iglesia siro-malabar logró emitir una propuesta de acuerdo válida para sus 36 diócesis, según la cual, a partir del 3 de julio, que también es la fiesta de santo Tomás apóstol, cada domingo se celebraría la misa según las reglas del sínodo de 2021, mientras que en todos los demás días se podría celebrar de cara al pueblo.
Pero ni siquiera esta propuesta de compromiso logró calmar la rebelión, que se sumó a una huelga de los funcionarios de la curia de la archieparquía por los problemas administrativos no resueltos de años anteriores.
A esta huelga, con la ocupación de las oficinas de la curia, el arzobispo respondió en octubre con un cambio de los dirigentes de los diversos departamentos. Pero esto solo alimentó más protestas, especialmente por el ascenso a canciller de Joshy Puthuva, antiguo brazo administrativo del cardenal Alencherry, considerado el principal responsable de aquellos malos manejos.
El hecho es que unos 300 sacerdotes de la archieparquía se reunieron en la catedral para condenar los nuevos nombramientos, todos asignados, según ellos, a personas hostiles a la celebración de la misa de cara al pueblo.
El más cuestionado no era el arzobispo, sino el administrador apostólico Bosco Puthur. «Es un dictador», dijo de él uno de los líderes de los rebeldes, el sacerdote Kuriakose Mundadan, secretario del consejo presbiteral de la archieparquía. Una circular de Puthur difundida a principios de noviembre, que ordenaba a los nuevos sacerdotes obedecer las normas de 2021 y a los demás seguir al menos la solución de compromiso del 1 de julio de 2024, fue rota y quemada frente a las puertas de muchas iglesias (ver foto).
En las semanas siguientes, los sacerdotes considerados alineados con el arzobispo y el administrador apostólico fueron impedidos de entrar en sus respectivas iglesias, lo que provocó el contraataque de sus seguidores, que asaltaron las mismas iglesias para apoderarse de ellas.
A principios de enero de este año, 21 sacerdotes llegaron a ocupar durante varias horas el edificio de la archieparquía. Y el sacerdote Joyce Kaithakottil hizo una huelga de hambre de tres días en los alrededores de la catedral de San Jorge en Angamalay, en apoyo a la celebración de la misa completamente de cara al pueblo.
El sínodo de la Iglesia siro-malabar reprobó ambos gestos. Pero una vez más, no logró ser escuchado, como ya había ocurrido con las decisiones litúrgicas de 2021 y 2024.
En resumen, esa sinodalidad tan promovida por el papa Francisco como la panacea de la Iglesia, en la práctica, también puede fracasar estrepitosamente.
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Sandro Magister ha sido firma histórica, como vaticanista, del semanario “L’Espresso”.
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