La caída del régimen de Bashar al Assad en Siria supuso una severa derrota para las potencias que lo apoyaban: Rusia e Irán. Pero también ha quedado debilitada la geopolítica personificada por el papa Francisco.
Desde los primeros meses de su pontificado, en 2013, Jorge Mario Bergoglio construyó precisamente con Siria y Rusia la imagen marcadamente pacifista de su política internacional, en oposición al belicismo por él vituperado de Estados Unidos y Occidente.
En Siria se intensificaba la guerra civil entre el régimen de Assad y sus opositores, una guerra que tuvo en el bombardeo con armas químicas del 21 de agosto en Ghouta, un barrio rebelde al sureste de Damasco, uno de sus momentos más atroces, con innumerables víctimas.
n los días siguientes, una investigación de la ONU detectó restos de gas sarín en las zonas bombardeadas, lo que provocó la amenaza del presidente estadounidense, Barack Obama, de una intervención armada contra el régimen sirio, al haber cruzado éste, con el uso de armas químicas, la «línea roja» trazada por Estados Unidos en 2012.
Pero tanto Rusia como Irán atribuían el uso de gas sarín a los rebeldes o incluso a Occidente. Y lo mismo pensaba el papa Francisco, según dijo un año después, en la rueda de prensa del vuelo de regreso de un viaje suyo a Turquía: «Pienso en septiembre del año pasado, cuando se dijo que Siria tenía armas químicas. Creo que Siria no era capaz de producir las armas químicas. ¿Quién se las vendió? ¿Quizá algunos de los mismos que le acusaron de tenerlas?».
Se da la circunstancia de que pocos días después de aquel bombardeo, Francisco dedicó todo el Ángelus del domingo 1 de septiembre a hacer un llamamiento para preservar al régimen sirio de una intervención armada de Estados Unidos y sus aliados, y convocó para el 7 de septiembre una jornada de ayuno y oración con este fin.
¿Y en quién se apoyó el Papa para dar curso a su llamamiento, en el ámbito de la política internacional?
En el presidente ruso Vladimir Putin, con una carta dirigida a él que se hizo pública el 4 de septiembre.
En la misiva, tomando como ocasión la inminente reunión en San Petersburgo de las veinte mayores economías del mundo, presidida por Putin, Francisco pedía precisamente al presidente ruso «encontrar las vías para abandonar cualquier vana pretensión de una solución militar» al conflicto sirio.
a tarde del 7 de septiembre, casi hasta medianoche, el Papa presidió la anunciada vigilia de oración en el atrio de la basílica de San Pedro.
el 12 de septiembre, en la página de opinión del “New York Times”, apareció una intervención del propio Putin ‑la primera y última publicada por él en el diario neoyorquino- en la que citaba al Papa entre «los líderes políticos y religiosos» que habían hecho justa oposición a un «potencial ataque de Estados Unidos contra Siria».
En su «llamamiento a la moderación» ‑título de su intervención- Putin utilizó el mismo argumento compartido por Francisco:
«Nadie duda de que se utilizaron gases tóxicos en Siria. Pero hay muchas razones para creer que no fueron utilizados por el ejército sirio, sino por las fuerzas de la oposición para provocar la intervención de sus poderosos protectores extranjeros, que acabarían luchando junto a los fundamentalistas».
Sucedió que Obama renunció a la intervención militar a cambio de la promesa de Siria, garantizada por Putin, de poner su arsenal químico bajo control internacional, para su posterior destrucción. Y esta «victoria de la paz» ‑en realidad el rescate «in extremis» del sanguinario régimen de Assad- también fue adjudicada al Papa, por la opinión pública internacional.
Un par de meses después, el 25 de noviembre, Putin selló los lazos establecidos con el papa Francisco con una fastuosa audiencia en el Vaticano, seguida de un comunicado inusualmente detallado, con un párrafo entero dedicado a Siria:
«Se prestó especial atención a la búsqueda de la paz en Oriente Medio y a la grave situación en Siria, en referencia a la cual el presidente Putin agradeció la carta que le dirigió el Santo Padre con ocasión del G20 en San Petersburgo. Se subrayó la urgencia de poner fin a la violencia y de proporcionar la necesaria asistencia humanitaria a la población, así como la necesidad de promover iniciativas concretas para una solución pacífica del conflicto, que favorezca la vía de la negociación e implique a los diversos componentes étnicos y religiosos, reconociendo su papel indispensable en la sociedad».
A la audiencia en el Vaticano, Putin llegó con 50 minutos de retraso, pero se hizo perdonar regalando al Papa unos iconos sagrados que besó devotamente delante de él (ver foto). Las últimas líneas del comunicado aludían al régimen de protección especial que el presidente Assad concedía a las Iglesias cristianas en Siria.
En el artículo del “New York Times”, Putin había escrito que «según el derecho internacional vigente, la fuerza sólo está permitida en legítima defensa o por decisión del Consejo de Seguridad. Cualquier otra cosa es inaceptable según la Carta de las Naciones Unidas y constituiría un acto de agresión».
oco después, sin embargo, en febrero de 2014, él atacó Ucrania, arrebatándole Crimea y ocupando parte de sus regiones orientales. Y esto con el persistente silencio del Papa, roto sólo por un débil deseo de «pacificación» en el mensaje de Pascua.
Lo que le interesaba a Francisco en aquel momento, de hecho, era algo totalmente distinto. Era la preparación del encuentro, el primero de la historia, con el Patriarca de Moscú y de todas las Rusias, Kirill, quien, tras una reserva crítica inicial sobre la anexión de Crimea, se había alineado totalmente con Putin, convirtiéndose en su ideólogo hasta el exceso.
El encuentro entre Francisco y Kirill tuvo lugar el 12 de febrero de 2016 en el aeropuerto de La Habana, con la firma conjunta de una declaración que calificaba de «guerra fratricida», como si se librara en pie de igualdad, lo que en realidad era pura agresión de Rusia contra Ucrania, con los greco-católicos de este país ‑encabezados por su arzobispo mayor Sviatoslav Shevchuk- que se sintieron profundamente heridos, es más, traicionados, abandonados, por el papa.
mientras tanto, en Siria, las bombas rusas sobre Alepo, cercada por las milicias chiíes de Assad, Líbano e Irán, alcanzaron su punto álgido precisamente en 2016, arrasando barrios rebeldes, con la bendición del patriarca de Moscú y con el silencio del papa, roto sólo por raras y genéricas invocaciones a la paz.
No es de extrañar, entonces, tras años de tan asentado entendimiento con Putin, el papel subalterno de Francisco ante la nueva agresión de Rusia en 2022 contra Ucrania, que ha justificado repetidamente como una reacción a los amenazantes «ladridos» de Occidente en las fronteras del disuelto imperio soviético.
Poco ha sabido hacer la secretaría de Estado vaticana, con el cardenal Pietro Parolin y el arzobispo Paul R. Gallagher, para poner freno a esta línea de actuación papal, apoyada, en cambio, por la incontenible diplomacia paralela de la aún más filoputiniana Comunidad de San Egidio.
En Siria, el sometimiento de las Iglesias cristianas al sanguinario régimen de Assad, pregonado como «protección», pagó sin embargo un precio altísimo, que el arzobispo maronita de Damasco, Samir Nassar, tuvo la libertad de denunciar por primera vez en público sólo el pasado diciembre, tras la caída de Assad y su huida a Moscú.
En declaraciones a Caroline Hayek, del diario cristiano libanés “L’Orient-Le Jour”, el arzobispo describió una Siria en la que todos estaban «vigilados las 24 horas», incluso fuera de las fronteras. «Los servicios secretos, los ‘moukhabarat’, estaban por todas partes. Utilizaban al cocinero, al portero, al sacristán, e incluso muchos sacerdotes estaban implicados en este sistema. Un día incluso encontré un micrófono en un bolígrafo de mi cajón. Cientos de miles de sirios fueron encarcelados en condiciones indescriptibles, asesinados o hechos desaparecer. Y no tuvimos el valor suficiente para decir la verdad».
Incluso el nuncio del Vaticano en Siria, el cardenal Mario Zenari, reconoció una vez caído el régimen que «se podía haber hecho más para evitar todo este dolor». Pero entre los cristianos ‑a pesar de las promesas tranquilizadoras del nuevo líder sirio Ahmed al-Sharaa, cuyo pasado fundamentalista bajo el nombre de guerra Abu Mohammed al-Jolani no olvidan- sigue vivo el temor a sufrir venganzas por su anterior alineamiento con Assad, especialmente en las zonas donde la oposición islamista ha sido más activa, como en Maloula, uno de los raros lugares donde aún se habla la lengua de Jesús, el arameo.
El 31 de diciembre, al-Sharaa recibió en Damasco a los jefes de las Iglesias cristianas de Siria y mantuvo una conversación privada con el vicario de la Custodia de Tierra Santa, el franciscano Ibrahim Faltas, a quien dijo: «No considero a los cristianos una minoría, sino una parte integrante e importante de la historia del pueblo sirio. Viví mucho tiempo en la gobernación de Idlib, donde conocí el compromiso de dos de sus hermanos, el padre Hanna y el padre Loai, en favor de la población de esa zona. Ayudaban y apoyaban a todos los que acudían a ellos sin distinción alguna. Sentí estima y respeto por ellos».
En la misma reunión, al-Sharaa también expresó «admiración, estima y respeto» por el papa Francisco, «verdadero hombre de paz».
Quien, el 9 de enero, en su discurso de comienzo de año al cuerpo diplomático, expresó a su vez el deseo de que Siria vuelva a ser «una tierra de coexistencia pacífica donde todos, incluida la parte cristiana, puedan sentirse plenamente ciudadanos y participar en el bien común de esta querida nación».
Siempre, sin embargo, mostrando una benevolencia a ultranza por otro régimen opresor, la República Islámica de Irán, que había tenido precisamente en la Siria de Assad uno de sus brazos armados, de acuerdo con la Rusia de Putin y en frontal oposición a Israel y Occidente.
De hecho, el 3 de enero, al recibir al fundador de la Universidad de las religiones y de las confesiones de Irán, Abu al-Hassan Navab, Francisco guardó absoluto silencio, como siempre, sobre el ahogamiento de las libertades en ese país, atacando en cambio la voluntad de Israel de «esclavizar a los seres humanos», con palabras hechas públicas por la agencia oficial de prensa iraní que el Vaticano no pudo desmentir, aunque el papa fue puesto en entredicho por una dura carta de protesta de Eliezer Simcha Weisz, del gran rabinato de Jerusalén.
Y el día anterior, el Papa había concedido una audiencia igualmente amistosa al embajador iraní ante la Santa Sede, Mohammed Hossein Mokhtari, para recibir como regalo una placa con reflexiones sobre Jesús escritas por el líder supremo del régimen teocrático iraní, el ayatolá Alí Jamenei.
Informaron de este encuentro, en este caso, también fuentes iraníes. Al mismo tiempo, se supo por el boletín oficial del Vaticano de la audiencia concedida por el Papa el mismo día, 2 de enero, a Abdul Karim Paz, imán y jeque chií argentino, en estrechas relaciones con los jerarcas de Teherán, a los que siempre ha defendido incluso después de la sentencia que los juzgó autores del atentado antijudío de 1994 en Buenos Aires, que causó 85 muertos y más de 300 heridos.
Para Irán como para Rusia, la caída de Assad en Siria fue una grave pérdida. Pero evidentemente la común visión antioccidental impide a Francisco distanciarse de estos peligrosos compañeros de viaje.
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POST SCRIPTUM — En realidad, tras una verificación más cuidadosa se ha descubierto que el papa Francisco se reunió con los tres representantes del islam chií no por separado, sino juntos, en la mañana del jueves 2 de enero.
El boletín oficial del Vaticano de ese día decía que el Papa había recibido en audiencia “al señor Sheji Abdul Karim Paz, y séquito”.
Y el “séquito” lo componían, precisamente, el fundador de la Universidad de las Religiones y de las Confesiones de Irán, Abu al-Hassan Navab, y el embajador iraní ante la Santa Sede, Mohammed Hossein Mokhtari.
En la foto de Vatican Media, fechada el 2 de enero, el alto académico está al lado del Papa, el embajador está en el medio y a la derecha está el jeque chií argentino, el único cuyo nombre ha sido hecho público.
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Sandro Magister ha sido firma histórica, como vaticanista, del semanario “L’Espresso”.
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