El Concilio de Nicea tuvo lugar hace diecisiete siglos, pero hoy también se necesitaría uno

En Nicea, hace 1700 años, en el pri­mer con­ci­lio ecu­mé­ni­co de la histo­ria, el enton­ces obi­spo de Roma, Silvestre, no asi­stió. Envió a dos de sus pre­sbí­te­ros, Vito y Vicente. Y es pro­ba­ble que, debi­do a su deli­ca­da salud, su actual suce­sor, Francisco, tam­po­co asi­sta a cele­brar el gran ani­ver­sa­rio en un encuen­tro ecu­mé­ni­co con los líde­res pro­te­stan­tes y los jefes de las Iglesias de Oriente.

Sin embar­go, Francisco había dicho en varias oca­sio­nes que que­ría ir a Nicea, dejan­do de lado, al menos por un momen­to, las dispu­tas sobre cue­stio­nes como las teo­rías de géne­ro, el matri­mo­nio de los sacer­do­tes o las muje­res obi­spo, y cen­tran­do nue­va­men­te la aten­ción en la cue­stión fun­da­men­tal de la divi­ni­dad del Hijo de Dios hecho hom­bre en Jesús, por la cual, y no por otra razón, se con­vo­có aquel Concilio de Nicea.

Si solo ocur­rie­ra este cam­bio de enfo­que, Francisco tam­bién haría suya esa “prio­ri­dad por enci­ma de todas” que Benedicto XVI había enco­men­da­do a los obi­spos de todo el mun­do en su memo­ra­ble car­ta del 10 de mar­zo de 2009: rea­brir el acce­so a Dios para los hom­bres de poca fe de nue­stro tiem­po, no “a un Dios cual­quie­ra”, sino “a ese Dios que reco­no­ce­mos en Jesucristo cru­ci­fi­ca­do y resu­ci­ta­do”. Una prio­ri­dad que tam­bién sería un lega­do que Francisco deja­ría a su suce­sor.

No está dicho que un “evan­ge­lio” tan con­tra­cor­rien­te sea hoy capaz de pene­trar en un mun­do nubla­do por la indi­fe­ren­cia hacia las cue­stio­nes últi­mas. La escu­cha tam­po­co esta­ba garan­ti­za­da en aquel­los pri­me­ros siglos, cuan­do los cri­stia­nos eran una mino­ría mucho más pequeña que hoy.

Y, sin embar­go, la cue­stión en jue­go en Nicea tuvo enton­ces un impac­to que fue mucho más allá de los obi­spos y los teó­lo­gos de pro­fe­sión.

En Milán, el obi­spo Ambrosio ocu­pó duran­te días y noches, jun­to a miles de fie­les, la basí­li­ca que la empe­ra­triz Justina que­ría asi­gnar a la fac­ción der­ro­ta­da en el Concilio de Nicea. El joven Agustín fue testi­go de ello y rela­tó que en esos días Ambrosio escri­bió y musi­ca­li­zó him­nos sagra­dos que, can­ta­dos por la mul­ti­tud, entra­ron lue­go en el ofi­cio divi­no que toda­vía se reza hoy.

Gregorio de Nisa, genial teó­lo­go de Capadocia, descri­bió con iro­nía mor­daz la par­ti­ci­pa­ción de la gen­te común en la dispu­ta. Si le pre­gun­tas a un cam­bi­sta el valor de una mone­da, escri­bió, te respon­de­rá con una diser­ta­ción sobre lo gene­ra­do y lo no gene­ra­do; si vas a un pana­de­ro, te dirá que el Padre es más gran­de que el Hijo; si en las ter­mas pre­gun­tas si el baño está listo, te respon­de­rán que el Hijo sur­gió de la nada.

El mismo Arrio, el pre­sbí­te­ro de Alejandría de Egipto cuyas tesis fue­ron con­de­na­das en Nicea, apa­sio­nó tan­to a las mul­ti­tu­des que su teo­lo­gía encon­tró expre­sión inclu­so en can­cio­nes popu­la­res can­ta­das por mari­ne­ros, moli­ne­ros y vian­dan­tes.

Pero, real­men­te, ¿cuá­les eran sus tesis? ¿Y cómo las der­ro­tó el Concilio de Nicea?

Teólogos e histo­ria­do­res desta­ca­dos como Jean Daniélou y Henri-Irénée Marrou han escri­to pági­nas impor­tan­tes al respec­to, pero una exce­len­te recon­struc­ción de esa con­tro­ver­sia teo­ló­gi­ca y de su con­tex­to histórico-político ha sali­do tam­bién en el últi­mo núme­ro de la revi­sta “Il Regno”, fir­ma­da por Fabio Ruggiero, espe­cia­li­sta en los pri­me­ros siglos cri­stia­nos, y por Emanuela Prinzivalli, cate­drá­ti­ca de histo­ria del cri­stia­ni­smo en la Universidad de Roma “La Sapienza” y estu­dio­sa de pri­mer nivel de los Padres de la Iglesia. De ese ensayo se extraen las citas.

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El con­flic­to estal­la en el año 323 en la Iglesia de Alejandría, sede pri­ma­cial de un ter­ri­to­rio vastí­si­mo, con dos pro­ta­go­ni­stas: el obi­spo Alejandro y aquel pre­sbí­te­ro suyo lla­ma­do Arrio. “Ambos soste­nían el ori­gen divi­no y la divi­ni­dad pri­mor­dial del Hijo, pero se distin­guían por la dife­ren­te com­pren­sión del modo de la gene­ra­ción del Hijo por el Padre”.

Según las pro­pias pala­bras de Arrio, en una car­ta al obi­spo Eusebio de Nicomedia, su com­pañe­ro de estu­dios, estas son las afir­ma­cio­nes que más se le cue­stio­nan, pero que él no nie­ga en abso­lu­to: “El Hijo tie­ne un prin­ci­pio, mien­tras que Dios no lo tie­ne” y “El Hijo pro­vie­ne de la nada”.

Arrio, pro­pia­men­te, no rom­pe una uni­dad dog­má­ti­ca ya for­mu­la­da con ante­rio­ri­dad en la Iglesia de la épo­ca. Esta uni­dad aún esta­ba en ela­bo­ra­ción, y sobre el tema de la Trinidad divi­na, la teo­lo­gía más refi­na­da, aun­que no com­par­ti­da por todos, era hasta enton­ces la de Orígenes.

Arrio se mue­ve pre­ci­sa­men­te en la línea de Orígenes, pero con desar­rol­los adi­cio­na­les que lle­van al extre­mo la subor­di­na­ción del Hijo al Padre. Y con él se ali­nea ini­cial­men­te el obi­spo Eusebio de Nicomedia, ambi­cio­so rival de Alejandro de Alejandría, cada uno con un nutri­do gru­po de obi­spos a su alre­de­dor.

El con­flic­to entre esas dos impor­tan­tes sedes epi­sco­pa­les de Oriente es tan inten­so que el pro­pio empe­ra­dor Constantino se invo­lu­cra per­so­nal­men­te “para resta­ble­cer esa paz reli­gio­sa que con­si­de­ra­ba abso­lu­ta­men­te nece­sa­ria para el buen orden del impe­rio”, apli­can­do tam­bién a la reli­gión cri­stia­na las prer­ro­ga­ti­vas del “pon­ti­fex maxi­mus” tra­di­cio­nal­men­te pro­pias del empe­ra­dor.

En una pri­me­ra car­ta a Alejandro y a Arrio, Constantino atri­buye al obi­spo la mayor respon­sa­bi­li­dad del con­flic­to. Pero en una car­ta poste­rior cam­bia de orien­ta­ción, después de enviar a Alejandría, para rea­li­zar una inve­sti­ga­ción, al obi­spo Osio de Córdoba, su con­se­je­ro de con­fian­za desde hacía tiem­po.

El empe­ra­dor madu­ra así la deci­sión de con­vo­car un con­ci­lio ecu­mé­ni­co, el pri­me­ro que abar­ca­ría a toda la Iglesia. Como sede eli­ge Nicea, hoy lla­ma­da Iznik, cer­ca de Nicomedia, que era la capi­tal impe­rial de la épo­ca, antes de que lo fue­ra Constantinopla, y no lejos del Bósforo, para faci­li­tar la lle­ga­da de los obi­spos desde luga­res remo­tos.

Constantino no solo con­vo­ca el con­ci­lio, sino que lo pre­si­de y pro­nun­cia el discur­so de aper­tu­ra en la sala impe­rial de Nicea. En la ilu­stra­ción que apa­re­ce arri­ba, él está en el cen­tro, soste­nien­do en sus manos el que será el docu­men­to final.

Es el 20 de mayo del año 325, y alre­de­dor de Constantino se reú­nen más de 250 obi­spos, un cen­te­nar de los cua­les pro­vie­nen de Asia Menor, una trein­te­na de Siria y Fenicia, menos de vein­te de Palestina y Egipto. Del Occidente lati­no lle­ga­ron ape­nas seis, entre ellos Osio de Córdoba, ade­más de los dos pre­sbí­te­ros envia­dos por el papa Silvestre. También está pre­sen­te Arrio que, aun­que no se sien­ta entre los obi­spos, será con­sul­ta­do en varias oca­sio­nes para acla­rar su doc­tri­na.

“El rela­to más cer­ca­no cro­no­ló­gi­ca­men­te a los hechos es el del obi­spo Eusebio de Cesarea”, escri­be Prinzivalli. Eusebio es un eru­di­to here­de­ro de Orígenes y de su “Didaskaleion”, la refi­na­da escue­la teo­ló­gi­ca fun­da­da por él en tier­ras de Palestina. Y a Nicea lle­gó con una pro­pue­sta de “Símbolo” de la fe. Pero no será el mismo que se apro­ba­rá al final del con­ci­lio.

A con­ti­nua­ción, los pár­ra­fos ini­cia­les de ambos tex­tos, con las dife­ren­cias más rele­van­tes en cur­si­va.

SÍMBOLO DE EUSEBIO DE CESAREA

“Creemos en un solo Dios Padre todo­po­de­ro­so, crea­dor de todas las cosas visi­bles e invi­si­bles. Y en un solo Señor Jesucristo, el Logos de Dios, Dios de Dios, luz de luz, vida de vida, Hijo uni­gé­ni­to, pri­mo­gé­ni­to de todas las cria­tu­ras, engen­dra­do por el Padre antes de todos los tiem­pos, por medio del cual fue­ron crea­das todas las cosas”.

SÍMBOLO NICENO

“Creemos en un solo Dios Padre todo­po­de­ro­so, crea­dor de todas las cosas visi­bles e invi­si­bles. Y en un solo Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, engen­dra­do uni­gé­ni­to por el Padre, es decir, de la sustan­cia (‘usía’) del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios ver­da­de­ro de Dios ver­da­de­ro, engen­dra­do, no crea­do, con­su­stan­cial (‘homoú­sios’) al Padre, por medio del cual fue­ron crea­das todas las cosas en el cie­lo y en la tier­ra”.

Comenta Prinzivalli:

“A pesar de las seme­jan­zas, pode­mos con­si­de­rar muy dudo­so que el Símbolo de Eusebio sir­vie­ra de base para el nice­no. El Símbolo pre­sen­ta­do por Eusebio es per­fec­ta­men­te orto­do­xo y habría sati­sfe­cho a todos, pero pre­ci­sa­men­te por eso no podía fun­cio­nar, por­que en Nicea nece­sa­ria­men­te una par­te tenía que resul­tar der­ro­ta­da. El acuer­do alcan­za­do en Nicea, con un com­pro­mi­so entre teo­lo­gías bastan­te diver­gen­tes, fue impue­sto por Constantino, quien, sin nun­ca rene­gar del Símbolo nice­no, lo con­si­de­ró siem­pre mera­men­te fun­cio­nal para el resta­ble­ci­mien­to de la paz reli­gio­sa”.

Al Símbolo nice­no le sigue esta fór­mu­la de con­de­na:

“Aquellos que dicen: ‘Hubo un tiem­po en que no exi­stía’ o ‘No exi­stía antes de ser engen­dra­do’ o ‘Fue crea­do de la nada’ o afir­man que Él pro­vie­ne de otra hipó­sta­sis o sustan­cia o que el Hijo de Dios es crea­do, muta­ble o alte­ra­ble, a todos estos la Iglesia cató­li­ca y apo­stó­li­ca los con­de­na”.

Al final, el con­sen­so fue amplí­si­mo. Los úni­cos que sufrie­ron la con­de­na y el exi­lio fue­ron Arrio y dos obi­spos libios, Teón de Marmárica y Segundo de Ptolemaida.

Pero la con­tro­ver­sia no se resol­vió en abso­lu­to. Escribe Prinzivalli:

“Alcanzar el con­sen­so y la paz reli­gio­sa requie­re, de hecho, tiem­pos que no son los de una impo­si­ción polí­ti­ca. Serán nece­sa­rios la cla­ri­fi­ca­ción doc­tri­nal de los Padres Capadocios en Oriente y un segun­do con­ci­lio ecu­mé­ni­co en Constantinopla en el 381 para obte­ner, con el Símbolo niceno-constantinopolitano, una for­mu­la­ción acep­ta­da real­men­te por la mayo­ría de los obi­spos, aun­que el arria­ni­smo con­ti­nuó sien­do duran­te mucho tiem­po la fe de las pobla­cio­nes ger­má­ni­cas”.

El Símbolo niceno-constantinopolitano, es decir, el “Credo”, es el que se pro­cla­ma aún hoy cada domin­go en todas las igle­sias. Pero, ¿cuán­tos creen real­men­te en él?

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Sobre la histo­ria y la teo­lo­gía del Concilio de Nicea se inau­gu­ra hoy, 27 de febre­ro, un gran con­gre­so inter­na­cio­nal en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, al que segui­rá una segun­da sesión en octu­bre en Alemania, en la Universidad de Münster. La pri­me­ra lec­ción, como aper­tu­ra de los tra­ba­jos, esta­rá a car­go de la pro­fe­so­ra Emanuela Prinzivalli. En el pro­gra­ma esta­ba pre­vi­sto (antes de su hospi­ta­li­za­ción) tam­bién un encuen­tro con el papa Francisco.

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Sandro Magister ha sido fir­ma histó­ri­ca, como vati­ca­ni­sta, del sema­na­rio “L’Espresso”.
Los últi­mos artí­cu­los en español de su blog Settimo Cielo están en esta pági­na.
Todos los artí­cu­los de su blog Settimo Cielo están dispo­ni­bles en español desde 2017 hasta hoy.
También el índi­ce com­ple­to de todos los artí­cu­los en español, desde 2006 a 2016, de www.chiesa, el blog que lo pre­ce­dió.

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