León XIV, diez días después. Las palabras clave del nuevo sucesor de Pedro

(s.m.) En los diez días trans­cur­ri­dos desde su elec­ción como Papa hasta la misa de ini­cio de su mini­ste­rio petri­no, León XIV ya ha expre­sa­do con cla­ri­dad las líneas prin­ci­pa­les de su nue­vo pon­ti­fi­ca­do.

“Desaparecer para que per­ma­ne­z­ca Cristo, hacer­se pequeño para que Él sea cono­ci­do y glo­ri­fi­ca­do”: en sín­te­sis, este es el ser­vi­cio que quie­re ofre­cer a la Iglesia y a toda la huma­ni­dad. Así lo dejó cla­ro desde su pri­mer salu­do en la logia de la basí­li­ca de San Pedro, pro­nun­cian­do pala­bras no suyas, sino de Jesús resu­ci­ta­do.

El de León se pre­sen­ta como un pon­ti­fi­ca­do total­men­te al ser­vi­cio del anun­cio de la fe en Cristo a un mun­do don­de ésta ame­na­za con apa­gar­se, con todos los dra­mas que ello conl­le­va; un mun­do en el que la Iglesia debe saber ser faro de la sal­va­ción que vie­ne de Dios.

Dejamos la Palabra al Papa León, en esta anto­lo­gía de sus pri­me­ros actos de ser­vi­cio a la Iglesia y a la huma­ni­dad.

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“Este es el primer saludo de Cristo resucitado”

Del pri­mer salu­do “urbi et orbi” a los fie­les, 8 mayo 2025

¡La paz esté con todos voso­tros! Queridos her­ma­nos y her­ma­nas, este es el pri­mer salu­do de Cristo resu­ci­ta­do, el Buen Pastor, que ha dado la vida por el rebaño de Dios. […] Esta es la paz de Cristo resu­ci­ta­do, una paz desar­ma­da y una paz desar­man­te, humil­de y per­se­ve­ran­te. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incon­di­cio­nal­men­te. […]

Soy agu­sti­no, un hijo de san Agustín, que ha dicho: “Con voso­tros soy cri­stia­no y para voso­tros, obi­spo”. En este sen­ti­do pode­mos cami­nar todos jun­tos hacia esa patria que Dios nos ha pre­pa­ra­do.

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“Desaparecer para que permanezca Cristo”

De la homi­lía de la Misa “pro Ecclesia” con los car­di­na­les, 9 mayo 2025

“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Con estas pala­bras Pedro, inter­ro­ga­do por el Maestro jun­to con los otros discí­pu­los sobre su fe en Él, expre­sa en sín­te­sis el patri­mo­nio que desde hace dos mil años la Iglesia, a tra­vés de la suce­sión apo­stó­li­ca, custo­dia, pro­fun­di­za y tra­smi­te. Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, es decir, el úni­co Salvador y el que nos reve­la el rostro del Padre. […]

Con todo, por enci­ma de la con­ver­sa­ción en la que Pedro hace su pro­fe­sión de fe, hay otra pre­gun­ta: “¿Qué dice la gen­te —pre­gun­ta Jesús—sobre el Hijo del hom­bre? ¿Quién dicen que es?” (Mt 16,13). […]

En pri­mer lugar, está la respue­sta del mun­do, […] que con­si­de­ra a Jesús como una per­so­na com­ple­ta­men­te insi­gni­fi­can­te, en el mejor de los casos, un per­so­na­je curio­so que pue­de desper­tar asom­bro por su for­ma inu­sual de hablar y actuar. Y así, cuan­do su pre­sen­cia resul­te mole­sta por las exi­gen­cias de hone­sti­dad y los recla­mos mora­les que plan­tea, este mun­do no duda­rá en recha­zar­lo y eli­mi­nar­lo.

Hay tam­bién otra posi­ble respue­sta a la pre­gun­ta de Jesús, la de la gen­te común. Para ellos el Nazareno no es un “char­la­tán”, es un hom­bre rec­to, un hom­bre valien­te, que habla bien y que dice cosas justas, como otros gran­des pro­fe­tas de la histo­ria de Israel. Por eso lo siguen, al menos hasta don­de pue­den hacer­lo sin dema­sia­dos rie­sgos e incon­ve­nien­tes. Pero lo con­si­de­ran sólo un hom­bre y, por eso, en el momen­to del peli­gro, duran­te la Pasión, tam­bién ellos lo aban­do­nan y se van, desi­lu­sio­na­dos.

Llama la aten­ción la actua­li­dad de estas dos acti­tu­des. Ambas encar­nan ideas que pode­mos encon­trar fácil­men­te —tal vez expre­sa­das con un len­gua­je distin­to, pero idén­ti­cas en la sustan­cia— en la boca de muchos hom­bres y muje­res de nue­stro tiem­po. Hoy tam­bién son muchos los con­tex­tos en los que la fe cri­stia­na es con­si­de­ra­da como algo absur­do, algo para per­so­nas débi­les y poco inte­li­gen­tes, con­tex­tos en los que se pre­fie­ren otras segu­ri­da­des distin­tas a la que ella pro­po­ne, como la tec­no­lo­gía, el dine­ro, el éxi­to, el poder o el pla­cer.

Hablamos de ambien­tes en los que no es fácil testi­mo­niar y anun­ciar el Evangelio y don­de se ridi­cu­li­za a quien cree, se le obsta­cu­li­za y despre­cia, o, a lo sumo, se le sopor­ta y com­pa­de­ce. Y, sin embar­go, pre­ci­sa­men­te por esto, son luga­res en los que la misión es más urgen­te, por­que la fal­ta de fe lle­va a menu­do con­si­go dra­mas como la pér­di­da del sen­ti­do de la vida, el olvi­do de la mise­ri­cor­dia, la vio­la­ción de la digni­dad de la per­so­na en sus for­mas más dra­má­ti­cas, la cri­sis de la fami­lia y tan­tas heri­das más que acar­rean no poco sufri­mien­to a nue­stra socie­dad.

Tampoco hoy fal­tan con­tex­tos en los que Jesús, aun­que apre­cia­do como hom­bre, es redu­ci­do sim­ple­men­te a una espe­cie de líder cari­smá­ti­co o supe­rhom­bre. Y esto no solo ocur­re entre los no creyen­tes, sino tam­bién entre muchos bau­ti­za­dos, que ter­mi­nan vivien­do, a fin de cuen­tas, en un ateí­smo prác­ti­co.

Este es el mun­do que nos ha sido con­fia­do, y en el que, como enseñó muchas veces el Papa Francisco, esta­mos lla­ma­dos a dar testi­mo­nio de la fe gozo­sa en Jesús Salvador. Por esto, tam­bién para noso­tros, es esen­cial repe­tir: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). […]

S. Ignacio de Antioquía, […] con­du­ci­do enca­de­na­do hacia esta ciu­dad —lugar de su inmi­nen­te sacri­fi­cio— escri­bía a los cri­stia­nos que allí se encon­tra­ban: «sólo enton­ces seré ver­da­de­ro discí­pu­lo de Jesucristo, cuan­do el mun­do ya no vea mi cuer­po». Se refe­ría a ser devo­ra­do por las fie­ras en el cir­co —y así ocur­rió—, pero sus pala­bras evo­can, en un sen­ti­do más amplio, un com­pro­mi­so irre­nun­cia­ble para quien en la Iglesia ejer­za un mini­ste­rio de auto­ri­dad: desa­pa­re­cer para que per­ma­ne­z­ca Cristo, hacer­se pequeño para que Él sea cono­ci­do y glo­ri­fi­ca­do (cf. Jn 3,30), gastán­do­se hasta el final para que a nadie le fal­te la opor­tu­ni­dad de cono­cer­lo y amar­lo.

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Por una liturgia que abra al misterio

Del discur­so a las Iglesias de Oriente, 14 mayo 2025

Cristo ha resu­ci­ta­do. ¡Verdaderamente ha resu­ci­ta­do! Os salu­do con las pala­bras que, en muchas regio­nes, el Oriente cri­stia­no no se can­sa de repe­tir en este tiem­po pascual, pro­fe­san­do el núcleo cen­tral de la fe y de la espe­ran­za.

¡Qué gran­de es la apor­ta­ción que el Oriente cri­stia­no pue­de dar­nos hoy! ¡Cuánta nece­si­dad tene­mos de recu­pe­rar el sen­ti­do del miste­rio, tan vivo en vue­stras litur­gias, que invo­lu­cran a la per­so­na huma­na en su tota­li­dad, can­tan la bel­le­za de la sal­va­ción y susci­tan asom­bro por la gran­de­za divi­na que abra­za la pequeñez huma­na! ¡Y qué impor­tan­te es rede­scu­brir, tam­bién en el Occidente cri­stia­no, el sen­ti­do de la pri­ma­cía de Dios, el valor de la mista­go­gia, de la inter­ce­sión ince­san­te, de la peni­ten­cia, del ayu­no, del llan­to por los pro­pios peca­dos y los de toda la huma­ni­dad (pen­thos), tan típi­cos de las espi­ri­tua­li­da­des orien­ta­les! […]

¿Quién, pues, mejor que voso­tros, pue­de can­tar pala­bras de espe­ran­za en el abi­smo de la vio­len­cia? ¿Quién mejor que voso­tros, que cono­céis de cer­ca los hor­ro­res de la guer­ra […]? Y sobre todo este hor­ror […] se alza una lla­ma­da: no tan­to la del Papa, sino la de Cristo, que repi­te: “¡La paz esté con voso­tros!” (Jn 20,19.21.26). Y espe­ci­fi­ca: “Os dejo la paz, os doy mi paz. No como la da el mun­do, yo os la doy a voso­tros” (Jn 14,27). La paz de Cristo no es el silen­cio sepul­cral después del con­flic­to, no es el resul­ta­do del abu­so, sino un don que mira a las per­so­nas y reac­ti­va su vida.

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Por una paz que sea justa y verdadera

Del discur­so al cuer­po diplo­má­ti­co, 16 mayo 2025

Considero fun­da­men­tal la apor­ta­ción que las reli­gio­nes y el diá­lo­go inter­re­li­gio­so pue­den desar­rol­lar para favo­re­cer con­tex­tos de paz. Eso, natu­ral­men­te, exi­ge el ple­no respe­to de la liber­tad reli­gio­sa en cada país, por­que la expe­rien­cia reli­gio­sa es una dimen­sión fun­da­men­tal de la per­so­na huma­na, sin la cual es difí­cil —si no impo­si­ble— rea­li­zar esa puri­fi­ca­ción del cora­zón nece­sa­ria para con­struir rela­cio­nes de paz. […]

Es tarea de quien tie­ne respon­sa­bi­li­dad de gobier­no apli­car­se para con­struir socie­da­des civi­les armó­ni­cas y pací­fi­cas. Esto pue­de rea­li­zar­se sobre todo invir­tien­do en la fami­lia, fun­da­da sobre la unión esta­ble entre hom­bre y mujer, “socie­dad pequeña, pero ver­da­de­ra y ante­rior a toda socie­dad civil” (León XIII, “Rerum nova­rum”, 9). Además, nadie pue­de exi­mir­se de favo­re­cer con­tex­tos en los que se tute­le la digni­dad de cada per­so­na, espe­cial­men­te de aquel­las más frá­gi­les e inde­fen­sas, desde el niño por nacer al ancia­no, desde el enfer­mo al deso­cu­pa­do, sea ciu­da­da­no o inmi­gran­te. […]

No se pue­den con­struir rela­cio­nes ver­da­de­ra­men­te pací­fi­cas, tam­bién den­tro de la comu­ni­dad inter­na­cio­nal, sin ver­dad. […] Por su par­te, la Iglesia no pue­de nun­ca exi­mir­se de decir la ver­dad sobre el hom­bre y sobre el mun­do, recur­rien­do a lo que sea nece­sa­rio, inclu­so a un len­gua­je fran­co, que pue­de susci­tar algu­na ini­cial incom­pren­sión. La ver­dad, sin embar­go, no se sepa­ra nun­ca de la cari­dad, que tie­ne siem­pre en la raíz la pre­o­cu­pa­ción por la vida y el bien de cada hom­bre y mujer. Por otra par­te, en la per­spec­ti­va cri­stia­na, la ver­dad no es la afir­ma­ción de prin­ci­pios abstrac­tos y desen­car­na­dos, sino el encuen­tro con la per­so­na misma de Cristo, que vive en la comu­ni­dad de los creyen­tes.

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“En el único Cristo somos uno: esta es la vía que hemos de recorrer juntos”

De la homi­lía de la Misa de ini­cio del pon­ti­fi­ca­do, 18 mayo 2025

Amor y uni­dad: estas son las dos dimen­sio­nes de la misión que Jesús con­fió a Pedro. […] ¿Cómo pue­de Pedro lle­var a cabo esta tarea? El Evangelio nos dice que es posi­ble sólo por­que ha expe­ri­men­ta­do en su pro­pia vida el amor infi­ni­to e incon­di­cio­nal de Dios, inclu­so en la hora del fra­ca­so y la nega­ción. Por eso, cuan­do es Jesús quien se diri­ge a Pedro, el Evangelio usa el ver­bo grie­go “aga­pao” —que se refie­re al amor que Dios tie­ne por noso­tros, a su ofre­cer­se sin reser­vas y sin cál­cu­los—, dife­ren­te al ver­bo usa­do para la respue­sta de Pedro, que descri­be, en cam­bio, el amor de ami­stad, que inter­cam­bia­mos entre noso­tros. […]

A Pedro, pues, se le con­fía la tarea de “amar más” y de dar su vida por el rebaño. El mini­ste­rio de Pedro está mar­ca­do pre­ci­sa­men­te por este amor obla­ti­vo, por­que la Iglesia de Roma pre­si­de en la cari­dad y su ver­da­de­ra auto­ri­dad es la cari­dad de Cristo. No se tra­ta nun­ca de atra­par a los demás con el some­ti­mien­to, con la pro­pa­gan­da reli­gio­sa o con los medios del poder, sino que se tra­ta siem­pre y sola­men­te de amar como lo hizo Jesús.

Él —afir­ma el mismo apó­stol Pedro— “es la pie­dra que voso­tros, los con­struc­to­res, dese­cha­steis, y ha lle­ga­do a ser la pie­dra angu­lar” (Hch 4,11). Y si la pie­dra es Cristo, Pedro debe apa­cen­tar el rebaño sin ceder nun­ca a la ten­ta­ción de ser un líder soli­ta­rio o un jefe que está por enci­ma de los demás, hacién­do­se dueño de las per­so­nas que le han sido con­fia­das (cf. 1 P 5,3); por el con­tra­rio, a él se le pide ser­vir a la fe de sus her­ma­nos, cami­nan­do jun­to con ellos. Todos, en efec­to, hemos sido con­sti­tui­dos “pie­dras vivas” (1 P 2,5), lla­ma­dos con nue­stro Bautismo a con­struir el edi­fi­cio de Dios en la comu­nión fra­ter­na, en la armo­nía del Espíritu, en la con­vi­ven­cia de las dife­ren­cias. Como afir­ma san Agustín: “Todos los que viven en con­cor­dia con los her­ma­nos y aman a sus pró­ji­mos son los que com­po­nen la Iglesia” (Sermón 359,9).

Hermanos y her­ma­nas, qui­sie­ra que este fue­ra nue­stro pri­mer gran deseo: una Iglesia uni­da, signo de uni­dad y comu­nión, que se con­vier­ta en fer­men­to para un mun­do recon­ci­lia­do.

En nue­stro tiem­po, vemos aún dema­sia­da discor­dia, dema­sia­das heri­das cau­sa­das por el odio, la vio­len­cia, los pre­jui­cios, el mie­do a lo dife­ren­te, por un para­dig­ma eco­nó­mi­co que explo­ta los recur­sos de la tier­ra y mar­gi­na a los más pobres. Y noso­tros que­re­mos ser, den­tro de esta masa, una pequeña leva­du­ra de uni­dad, de comu­nión, de fra­ter­ni­dad. Nosotros que­re­mos decir­le al mun­do, con humil­dad y ale­gría: ¡mirad a Cristo! ¡Acercaos a Él! ¡Acoged su Palabra que ilu­mi­na y con­sue­la! Escuchad su pro­pue­sta de amor para for­mar su úni­ca fami­lia: “en el úni­co Cristo somos uno”. Y este es el cami­no que hemos de recor­rer jun­tos, uni­dos entre noso­tros, pero tam­bién con las Iglesias cri­stia­nas her­ma­nas, con quie­nes tran­si­tan otros cami­nos reli­gio­sos, con quien cul­ti­va la inquie­tud de la búsque­da de Dios, con todas las muje­res y los hom­bres de bue­na volun­tad, para con­struir un mun­do nue­vo en el que rei­ne la paz.

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Sandro Magister ha sido fir­ma histó­ri­ca, como vati­ca­ni­sta, del sema­na­rioL’Espresso”.
Los últi­mos artí­cu­los en español de su blog Settimo Cielo están enesta pági­na.
Todos los artí­cu­los de su blog Settimo Cielo están dispo­ni­bles en españoldesde 2017 hasta hoy.
También el índi­ce com­ple­to de todos los artí­cu­los en español,desde 2006 a 2016.

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