En Ucrania, Putin también quiere apoderarse de la Iglesia ortodoxa. Sin embargo, esta está casi toda en su contra

En el plan de paz de 28 pun­tos asu­mi­do por Donald Trump, pero fuer­te­men­te incli­na­do a favor de Vladimir Putin, se pre­vé, entre otras cosas, jun­to con la intro­duc­ción del ruso como len­gua ofi­cial en Ucrania, el ple­no reco­no­ci­mien­to de la "sec­ción local de la Iglesia orto­do­xa rusa".

Esta es una nece­si­dad que Putin con­si­de­ra irre­nun­cia­ble, ya rei­vin­di­ca­da por él inclu­so en la bre­ve e infruc­tuo­sa reu­nión cele­bra­da en Estambul el pasa­do 2 de junio entre emi­sa­rios rusos y ucra­nia­nos, y rei­te­ra­da en la con­ver­sa­ción tele­fó­ni­ca man­te­ni­da dos días después con el papa León XIV.

Pero con esto se toca un ner­vio al desnu­do de la vida reli­gio­sa en Ucrania. En ago­sto de 2024, de hecho, en Kiev se apro­bó una ley, la n. 3894, que desde Moscú el patriar­ca Kirill cali­fi­có inme­dia­ta­men­te como "la peor per­se­cu­ción de cri­stia­nos desde los tiem­pos de Nerón y Diocleciano".

Y desde Roma tam­bién el papa Francisco ele­vó su pro­te­sta, al final del Ángelus del 25 de ago­sto : "Por favor, que no sea abo­li­da direc­ta o indi­rec­ta­men­te nin­gu­na Iglesia cri­stia­na. ¡Las Iglesias no se tocan!".

En esen­cia, la nue­va ley pro­hí­be en Ucrania cual­quier orga­ni­za­ción reli­gio­sa que ten­ga su "cen­tro" en Rusia y sea "gober­na­da" desde Rusia. Con ello, ponien­do en duda la exi­sten­cia de la más popu­lo­sa de las Iglesias orto­do­xas pre­sen­tes en Ucrania, la histó­ri­ca­men­te afi­lia­da al patriar­ca­do de Moscú, de la cual es com­ple­ta­men­te inde­pen­dien­te la otra y más joven Iglesia orto­do­xa naci­da en Ucrania en 2018 con la apro­ba­ción del patriar­ca ecu­mé­ni­co de Constantinopla y con la con­si­guien­te y amar­ga rup­tu­ra entre este y Kirill.

El pro­ce­di­mien­to pre­vi­sto por la ley para veri­fi­car una efec­ti­va y per­si­sten­te suje­ción de esa Iglesia a Moscú y deci­dir en con­se­cuen­cia su pro­hi­bi­ción aún no ha con­clui­do, pero, mien­tras tan­to, ha sur­gi­do una con­tro­ver­sia muy aca­lo­ra­da, en Ucrania y fue­ra.

Los líde­res de las otras Iglesias cri­stia­nas pre­sen­tes en Ucrania, inclui­do el arzo­bi­spo mayor de la Iglesia greco-católica Sviatoslav Shevchuk, han expre­sa­do su apro­ba­ción de la ley n. 3894, en nom­bre del "dere­cho y deber del Estado de garan­ti­zar la segu­ri­dad nacio­nal, reac­cio­nan­do a la posi­ble instru­men­ta­li­za­ción de las orga­ni­za­cio­nes reli­gio­sas por par­te de Estados agre­so­res".

Por el con­tra­rio, a jui­cio de muchos obser­va­do­res y ana­li­stas inde­pen­dien­tes y com­pe­ten­tes, difí­cil­men­te esta ley anti­li­be­ral, por cómo está con­ce­bi­da, pue­de resi­stir la com­pa­ra­ción con las con­ven­cio­nes inter­na­cio­na­les que garan­ti­zan la liber­tad de reli­gión, a las cua­les tam­bién Ucrania se ha adhe­ri­do.

Pero la con­tro­ver­sia es aún más inten­sa den­tro de la misma Iglesia que cor­re el rie­sgo de ser can­ce­la­da. De ocul­ta, la polé­mi­ca se ha vuel­to públi­ca y se ha expre­sa­do en inter­ven­cio­nes con­tra­pue­stas de ecle­siá­sti­cos auto­ri­za­dos. Dos en par­ti­cu­lar : el metro­po­li­ta Sylvester, rec­tor de la Academia Teológica de Kiev y arzo­bi­spo de Bilhorod, sobre el Mar Negro no lejos de Odesa, y el metro­po­li­ta Theodosiy, arzo­bi­spo de Cherkasy, en el cen­tro del país.

Sylvester es expre­sión de la gran mayo­ría de la Iglesia orto­do­xa ucra­nia­na, que rom­pió con la Iglesia madre tras la agre­sión rusa de febre­ro de 2022. Y apoya ple­na­men­te lo deci­di­do por el Sínodo de esta misma Iglesia, enca­be­za­do por el metro­po­li­ta Onufriy, el 27 de mayo de 2022 en el mona­ste­rio de Feofaniya en Kiev (en la foto).

En esa oca­sión, se eli­mi­nó del esta­tu­to de esta Iglesia orto­do­xa toda fór­mu­la de depen­den­cia del patriar­ca­do ruso, se deci­dió no reci­bir más cada año el san­to cri­sma de la Iglesia de Moscú y se per­mi­tió omi­tir en las litur­gias el nom­bre del patriar­ca Kirill, ya espon­tá­nea­men­te silen­cia­do por un gran núme­ro de obi­spos y sacer­do­tes después del ini­cio de la agre­sión.

Lo que el Sínodo no podía deci­dir –aun­que aspi­ra­ba a ello– era la auto­ce­fa­lía, es decir, un esta­do de ple­na auto­no­mía de esa misma Iglesia. Esto se debe a que en el mun­do orto­do­xo cada auto­ce­fa­lía, para ser váli­da, debe ser apro­ba­da por otras Iglesias her­ma­nas, en un pro­ce­so que pue­de lle­var años.

Que este sea el obje­ti­vo del metro­po­li­ta Onufriy y de gran par­te de sus obi­spos fue con­fir­ma­do por la solem­ne litur­gia cele­bra­da en la Academia Teológica de Kiev el 27 de mayo de 2025, en el ter­cer ani­ver­sa­rio de aquel Sínodo ante­rior, con Onufriy que rei­te­ró una vez más "la ine­quí­vo­ca sepa­ra­ción de la Iglesia de Moscú" y la espe­ran­za de que "toda la fami­lia de las Iglesias orto­do­xas 'auto­cé­fa­las' nos apoye moral­men­te, aprue­be nue­stra inde­pen­den­cia y la regi­stre con la debi­da distin­ción".

El pro­ble­ma, sin embar­go, es que ni siquie­ra estos repe­ti­dos y con­ven­ci­dos actos de inde­pen­den­cia han pro­te­gi­do a esta Iglesia orto­do­xa ucra­nia­na de los rigo­res de la ley n. 3894, según la cual, para pro­hi­bir­la, es sufi­cien­te que su depen­den­cia con­ti­núe estan­do escri­ta –como lo está– en los esta­tu­tos del patriar­ca­do de Moscú.

Pero hay más. Porque desde Moscú el patriar­ca Kirill tam­bién tra­du­ce a la prác­ti­ca esta su pre­ten­di­da supre­ma­cía.

De las 53 epar­quías, las dió­ce­sis, de la Iglesia orto­do­xa ucra­nia­na, ya son 10 las que han caí­do bajo la ocu­pa­ción del ejér­ci­to ruso, en las regio­nes orien­ta­les del país : Berdiansk, Horlivka, Dzhankoi, Donetsk, Luhansk, Nova Kakhovka, Rovenkiv, Severodonetsk, Simferopol, Theodosia. Y sobre cada una de ellas, ni el Sínodo ni el metro­po­li­ta Onufriy pue­den ya deci­dir nada, hasta el pun­to de haber auto­ri­za­do a los respec­ti­vos obi­spos a actuar por su pro­pia ini­cia­ti­va, en espe­ra de poder rea­nu­dar los con­tac­tos.

Pero, de hecho, estas 10 dió­ce­sis ya sufren ple­na­men­te el man­do del patriar­ca­do de Moscú, que inclu­so ha comen­za­do a remo­ver a algu­nos de sus obi­spos –comen­zan­do por el metro­po­li­ta Hilarion de Donetsk y Mariupol– y a nom­brar a los suyos de nacio­na­li­dad rusa. Desde Kiev, Onufriy se nie­ga a reco­no­cer estos cam­bios, pero de mane­ra rea­li­sta, estas dió­ce­sis ya se con­si­de­ran per­di­das, dada la impro­ba­ble resti­tu­ción a Ucrania de esos ter­ri­to­rios.

En cual­quier caso, la pre­po­ten­cia del patriar­ca­do de Moscú no hace más que inten­si­fi­car en Ucrania la opo­si­ción a Rusia, tan­to polí­ti­ca como reli­gio­sa. En opi­nión del metro­po­li­ta Sylvester, la agre­sión rusa ha mar­ca­do un "pun­to de no retor­no". Después del final de la guer­ra, ya no será posi­ble, ni siquie­ra pen­sa­ble, un resta­ble­ci­mien­to de la subor­di­na­ción canó­ni­ca a Moscú de la Iglesia orto­do­xa ucra­nia­na.

Sin embar­go, este resta­ble­ci­mien­to es pre­ci­sa­men­te a lo que aspi­ra esa par­te mino­ri­ta­ria de los orto­do­xos ucra­nia­nos, pror­ru­sa, a la que ha dado voz, en el deba­te públi­co, el metro­po­li­ta Theodosiy.

Es más, en opi­nión de Theodosiy, la subor­di­na­ción a Moscú de la Iglesia orto­do­xa ucra­nia­na no ha sido afec­ta­da ni siquie­ra por las deci­sio­nes toma­das por el Sínodo del 27 de mayo de 2022 : un Sínodo –dijo– "no libre", con­du­ci­do bajo pre­sión polí­ti­ca e inclu­so "bajo la ame­na­za de las armas". Acusaciones recha­za­das públi­ca­men­te por una doce­na de obi­spos, pero relan­za­das con sar­ca­smos en los cana­les de Telegram en len­gua rusa, todos ali­nea­dos del lado de Theodosiy.

Pero, si real­men­te así fue­ran las cosas –le obje­tó Sylvester a Theodosiy– gana­rían pre­ci­sa­men­te aquel­los que quie­ren apli­car a la Iglesia orto­do­xa ucra­nia­na, en cuan­to toda­vía for­mal­men­te subor­di­na­da a Moscú, los rigo­res de la ley n. 3894.
Para enten­der mejor qué podría suce­der si tal ley fue­ra apli­ca­da, debe tener­se pre­sen­te que la Iglesia orto­do­xa ucra­nia­na, con su órga­no admi­ni­stra­ti­vo, la metro­po­lía de Kiev, no tie­ne el esta­tus de per­so­na jurí­di­ca, sino que es reco­no­ci­da como la aso­cia­ción reli­gio­sa de esos varios miles de per­so­nas jurí­di­cas que son sus dió­ce­sis, par­ro­quias, mona­ste­rios, semi­na­rios, escue­las, cofra­días, etc.

Si, por lo tan­to, el órga­no de inve­sti­ga­ción que da cuer­po a la ley n. 3894 veri­fi­ca­ra que inclu­so solo un pequeño núme­ro de estas per­so­nas jurí­di­cas actúa en subor­di­na­ción al patriar­ca­do de Moscú, tam­bién la metro­po­lía de Kiev que las aso­cia per­de­ría el regi­stro esta­tal, si no hicie­ra nada para eli­mi­nar tales subor­di­na­cio­nes.

Y vice­ver­sa, si la inve­sti­ga­ción acep­ta­ra la tesis de que la metro­po­lía de Kiev toda­vía está for­mal­men­te afi­lia­da a Moscú, serían pro­hi­bi­das no solo la metro­po­lía, sino tam­bién los miles de dió­ce­sis, par­ro­quias, etc., aso­cia­das a ella.

En resu­men, en el diseño de una Ucrania de posguer­ra, debe resol­ver­se tam­bién esta incó­gni­ta sobre el futu­ro de su mayor Iglesia orto­do­xa. Ciertamente no acce­dien­do a las pre­ten­sio­nes de Putin y Kirill.

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Sandro Magister ha sido fir­ma histó­ri­ca, como vati­ca­ni­sta, del sema­na­rio "L'Espresso".
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