Como Jesús con las prostitutas. Una actividad poco conocida del Papa León cuando era obispo en Perú

El Papa León cono­ce bien el fenó­me­no migra­to­rio, no solo en Estados Unidos, don­de es cono­ci­do su desa­cuer­do con las solu­cio­nes adop­ta­das por Donald Trump, sino tam­bién en Perú, don­de duran­te ocho años fue obi­spo de la dió­ce­sis de Chiclayo (en la foto de Julio Reano para AP, cele­bran­do la fie­sta del Corpus Christi en el esta­dio de la ciu­dad).

En Perú es par­ti­cu­lar­men­te masi­vo el flu­jo de migran­tes de Venezuela, entre los cua­les hay muchas muje­res obli­ga­das a pro­sti­tuir­se. Para abor­dar este pro­ble­ma, el enton­ces obi­spo Robert F. Prevost creó en la dió­ce­sis una “Comisión de Movilidad Humana y Trata de Personas”.

En años de acti­vi­dad, en el cen­tro de aco­gi­da San Vicente de Paul, abier­to en la peri­fe­ria de Chiclayo por la Comisión jun­to a la Familia Vicenciana y Cáritas, más de 5.000 inmi­gran­tes reci­bie­ron ayu­da y alo­ja­mien­to tem­po­ral.

Pero, ade­más, había una labor espe­cí­fi­ca diri­gi­da a las muje­res obli­ga­das a pro­sti­tuir­se, para resca­tar­las de bares y bur­de­les, ofre­cer­les opor­tu­ni­da­des labo­ra­les, ayu­dar­las a regu­la­ri­zar su esta­tus migra­to­rio, para asi­stir­las en enfer­me­da­des y apoyar­las en el cui­da­do de sus hijos. Con ellas Prevost tenía tam­bién jor­na­das de reti­ro espi­ri­tual, que eran muy con­cur­ri­das. Celebraba la Misa, escu­cha­ba las con­fe­sio­nes.

A esta labor del enton­ces obi­spo de Chiclayo, hasta aho­ra muy poco cono­ci­da fue­ra de su dió­ce­sis, el dia­rio argen­ti­no “La Nación” le dedi­có un repor­ta­je el pasa­do 17 de mayo, fir­ma­do por María Nöllmann, que encon­tró en la pol­vo­rien­ta peri­fe­ria de Chiclayo, en su casa de ado­be con techo de cha­pa, a una madre con sus dos hijos, Silvia Teodolinda Vázquez, de 52 años, que con el “padre Rober” ‑como fami­liar­men­te lo llamaba- com­par­tió cin­co años de tra­ba­jo ayu­dan­do a las pro­sti­tu­tas.

“El día que cono­cí al ‘Padre Rober’ ‑rela­ta Silvia- me dijo algo muy her­mo­so. Fue en una reu­nión de tra­ba­jo. Al ter­mi­nar, se acer­có y, con ese tono tan cáli­do que tie­ne, me dijo: ‘Silvia, entien­do que este tra­ba­jo es muy duro para ti, por todo lo que vivi­ste de joven. Te agra­de­z­co mucho lo que haces por estas chi­cas y te ben­di­go’. Fue muy emo­cio­nan­te”.

También Silvia, en efec­to, había sido víc­ti­ma de la tra­ta. Había sufri­do los pri­me­ros abu­sos sexua­les por par­te de un veci­no de casa cuan­do tenía 11 años. Luego su agre­sor la obli­gó a mudar­se a Lima, Piura, Trujillo y Olmos, don­de fue explo­ta­da en bares y bur­de­les duran­te años.

“Me saca­ron mis docu­men­tos. Me hacían lla­mar a mi fami­lia y decir­les que esta­ba bien, que esta­ba tra­ba­jan­do en una casa de fami­lia hacien­do lim­pie­za, pero era men­ti­ra. No me podía ir. Me decían que, si me iba, iban a matar a mi madre. Cuando tuve a mi hija, me empe­za­ron a decir que iban a matar a mi hija tam­bién. Vivía con mie­do”, dice en voz baja, para evi­tar ser oída por sus hijos.

A los 22 años, cono­ció a una her­ma­na de Lima, Dora Fonseca. “Ella me pre­gun­tó: ‘¿Tú eres Silvia? ¿Eres tra­ba­ja­do­ra sexual, ¿no?’. ‘Sí’, le dije. Me pre­gun­tó dón­de era mi tra­ba­jo y le pasé la direc­ción. Nunca pen­sé que iba a venir. Me sor­pren­dí mucho esa noche cuan­do la vi lle­gar al bar, vesti­da con su hábi­to. Me dijo: ‘Hija, con las her­ma­ni­tas ado­ra­tri­ces tene­mos una casa en Chiclayo para enseñar­le a las tra­ba­ja­do­ras sexua­les dife­ren­tes ofi­cios’.

“Tardé años en dejar, tenía mie­do. Pero lo hice. Ellas me sal­va­ron, y les estoy eter­na­men­te agra­de­ci­da. Me daban ropi­ta para mis hijos, un tra­ba­jo, me ayu­da­ron a con­struir el techo de mi casa. Yo les estoy eter­na­men­te agra­de­ci­da por­que gra­cias a ellas pude salir ade­lan­te y ser quien soy hoy. Fueron mis segun­das madres”.

Silvia tra­ba­jó más de 15 años con las Hermanas Adoratrices ayu­dan­do a pro­sti­tu­tas. Y fue pre­ci­sa­men­te por esta acti­vi­dad suya por la que encon­tró a Prevost. Era el 2017, y el enton­ces obi­spo de Chiclayo pidió a las her­ma­nas, y con ellas tam­bién a Silvia, cola­bo­rar con la “Comisión de Movilidad Humana y Trata de Personas” que aca­ba­ba de crear en la dió­ce­sis.

“Todo lo coor­di­ná­ba­mos con él, él lle­ga­ba, hablá­ba­mos con él, que en ese enton­ces, para noso­tros, era padre­ci­to”.

“Es emo­cio­nan­te ver a las chi­cas que logra­ron salir. Acá a la vuel­ta dos han pue­sto un local de cosmé­ti­ca, y cada vez que paso me ale­gro de ver­las”. Dice que son al menos trein­ta las muje­res que se libra­ron de la escla­vi­tud sexual desde que la comi­sión comen­zó a tra­ba­jar con ellas.

La comi­sión, en efec­to, no se detu­vo con la par­ti­da de Prevost a Roma en 2023. “Seguimos tra­ba­jan­do. A mí me gusta­ría sumar tal­le­res para for­ma­ción. Que las chi­cas ten­gan la liber­tad de ele­gir otro tipo de tra­ba­jo, que sean libres”, dice. “Cuando me ente­ré de que el padre Rober había sali­do Papa, yo llo­ra­ba de ale­gría”.

No sabe­mos si León XIV ha visto el repor­ta­je de “La Nación” sobre esta labor suya en la dió­ce­sis de Chiclayo.

Sin duda cono­ce muy bien estas pala­bras de Jesús: “En ver­dad os digo que los publi­ca­nos y las pro­sti­tu­tas van por delan­te de voso­tros en el rei­no de Dios. Porque vino Juan a voso­tros enseñán­doos el cami­no de la justi­cia y no le creí­steis; en cam­bio, los publi­ca­nos y pro­sti­tu­tas le creye­ron. Y, aun después de ver esto, voso­tros no os arre­pen­ti­steis ni le creí­steis” (Mateo 21, 31–32).

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Sandro Magister ha sido fir­ma histó­ri­ca, como vati­ca­ni­sta, del sema­na­rioL’Espresso”.
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Todos los artí­cu­los de su blog Settimo Cielo están dispo­ni­bles en españoldesde 2017 hasta hoy.
También el índi­ce com­ple­to de todos los artí­cu­los en español,desde 2006 a 2016.

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