El primer papa que llevó este nombre, León Magno, eximio teólogo y predicador, se enfrentó a Atila y logró disuadirlo de marchar sobre Roma, en la época de las invasiones bárbaras del Imperio.
Pero también el nuevo papa, que ha tomado el nombre de León XIV —teólogo y canonista formado en la escuela del gran Agustín— tendrá que hacer frente a los Atilas modernos en el actual trastorno de los equilibrios internacionales, ya se llamen Xi Jinping o Vladimir Putin.
Sus primeras palabras, desde la logia de la basílica de San Pedro, fueron las mismas de Cristo resucitado: «La paz esté con todos vosotros». Y repitió diez veces: «paz». Pero para el Agustín del «De civitate Dei», la paz nunca fue sinónimo de rendición, sino también motivo de una guerra justa, «cuando un Estado debe ser obligado a devolver lo que ha arrebatado con injusticia».
Robert Francis Prevost, en su vida como religioso agustino, estudioso, misionero, obispo y cardenal prefecto, nunca se había adentrado en la geopolítica, terreno que, en cambio, es pan cotidiano para el cardenal Pietro Parolin, quien lo acompañaba en la logia de San Pedro.
Todo hace prever que León XIV confirmará a Parolin como secretario de Estado y actuará de aquí en adelante en pleno acuerdo con él y con la diplomacia vaticana. Y esto basta para revertir el modo en que el papa Francisco actuaba en el ámbito internacional: decidiendo en solitario qué decir y qué hacer, marginando —incluso humillando— a la Secretaría de Estado, y recurriendo más bien a la «diplomacia paralela» ejercida por la Comunidad de San Egidio, de la que forma parte desde sus inicios el cardenal Matteo Zuppi.
Ucrania podría ser un campo de prueba decisivo para este reordenamiento, como parece sugerir el alegre mensaje dirigido al nuevo papa por el arzobispo mayor de la Iglesia greco-católica de ese país, Sviatoslav Shevchuk: «Al asumir el nombre de León, Su Santidad testimonia ante el mundo entero que el soplo de paz del Salvador resucitado debe transformarse, en el contexto actual, en una doctrina renovada de la Iglesia católica sobre la paz justa y duradera».
Ciertamente, no volveremos a escuchar de León XIV la justificación de la agresión de Putin a Ucrania como provocada por la OTAN, que «fue a ladrar a las puertas de Rusia sin entender que los rusos son imperiales y no permiten que ninguna potencia extranjera se acerque a sus fronteras», como dijo en más de una ocasión el papa Francisco.
Tampoco volverá a ocurrir que el pueblo ucraniano escuche de León XIV la petición de tener «el coraje de rendirse, de la bandera blanca», como propuso su predecesor, ni mucho menos la exhortación a convertir Kiev en una «ciudad abierta» al ingreso de las tropas rusas, sin oponer resistencia, como pidió en los primeros días de la invasión el fundador y líder omnipotente de la Comunidad de San Egidio, Andrea Riccardi.
En resumen, es previsible que, con el papa León XIV, la Secretaría de Estado recupere pronto su autonomía de acción en el terreno de la política internacional, en plena sintonía con el papa y libre de cualquier «diplomacia paralela» abusiva. Y si bien es cierto que Parolin pertenece a esa corriente diplomática denominada «Ostpolitik», que tuvo en el cardenal Agostino Casaroli a su maestro —corriente que, como es sabido, no compartieron ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI—, no es menos cierto que hoy el equilibrio internacional está tan alterado que exige una capacidad inventiva sin precedentes, incluso por parte de la diplomacia vaticana.
Si queda una incógnita sobre los futuros pasos de este pontificado en las relaciones internacionales, tiene que ver con China, y exige ser descrita en detalle.
Entre la Santa Sede y China está vigente, desde 2018, un acuerdo impulsado a toda costa por el papa Francisco y tejido por el mismo Parolin, pero ejecutado por las autoridades de Pekín con un crescendo de abusos que alcanzó su punto álgido precisamente durante los días de la sede vacante.
No solo China no envió ningún representante a los funerales del pontífice fallecido, sino que expresó su constatación de la desaparición de Francisco con las escasas palabras de rigor pronunciadas por el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, en respuesta a la pregunta de un periodista extranjero. Además, impuso silencio en los sitios católicos oficiales como “Catholic Church in China”, que solo publicó la escasa noticia de la muerte del Papa durante unas horas, antes de hacerla desaparecer.
Sobre todo, en esos mismos días de sede vacante, China anunció el nombramiento de dos nuevos obispos, sin siquiera simular el consentimiento “a posteriori” del Papa, requerido por el acuerdo de 2018. Dos nombramientos que distan mucho de ser amistosos hacia Roma.
El primero fue el ascenso de Wu Jianlin como auxiliar de la diócesis de Shanghai, la misma donde en 2023 Pekín instaló como obispo titular a uno de sus más fieles, Giuseppe Shen Bin, sin siquiera advertir previamente al papa Francisco, quien meses después tuvo que aceptar la imposición. Y esto, como si ya no existieran en la diócesis dos auxiliares: José Xing Wenzi, caído en desgracia en 2011 y obligado a retirarse a la vida privada, y, sobre todo, Tadeo Ma Daqin, ordenado obispo el 7 de julio de 2012 pero desde ese mismo día ininterrumpidamente bajo arresto, con el único delito de haber cancelado su inscripción en la Asociación patriótica de católicos chinos —el principal órgano de control del régimen sobre la Iglesia—.
La segunda ha sido el nombramiento como obispo de Xinxiang, en la provincia de Henan, de otro incondicional del Partido Comunista, Li Jianlin, en una diócesis donde ya había un obispo en funciones pero no reconocido oficialmente, Giuseppe Zhang Weizhu, arrestado en múltiples ocasiones por no someterse al régimen. En 2018, el nuevo obispo de Xinxiang se distinguió por firmar un decreto que prohibía en toda la provincia la entrada a menores de 18 años en las iglesias para asistir a misa.
Además de los mencionados, en China hay otros obispos privados de libertad.
Uno de ellos es Pedro Shao Zhumin, obispo de Wenzhou, quien periódicamente —antes de Navidad y Pascua— es trasladado a un lugar secreto para impedirle celebrar las festividades con sus fieles. Incluso durante estos días pascuales del cambio de pontificado, se desconoce su paradero.
Otro es Vicente Guo Xijing, uno de los primeros nombrados bajo el acuerdo de 2018 entre China y la Santa Sede como auxiliar de la diócesis de Mindong. Sin embargo, pronto se retiró “a vivir en oración” para evitar registrarse en los organismos oficiales, y desde el pasado invierno está recluido en su casa, tras una verja cerrada con un grueso candado.
Dado que ni el papa Francisco ni las altas autoridades vaticanas alzaron jamás una sola palabra pública para defender a estos mártires de la opresión china, muchos se preguntan ahora, con el papa León XIV, cuánto podrá durar aún este silencio.
Además, desde el 1 de mayo, entraron en vigor en China nuevas normas hostiles —una especie de “aranceles”— impuestas a los extranjeros que pisen temporalmente suelo chino con la intención de realizar cualquier actividad relacionada con religiones.
En “Catholic Church in China” pueden leerse estas reglas al completo. En particular se prohíbe terminantemente a los extranjeros todo contacto con comunidades religiosas “clandestinas”, es decir, no reconocidas por el gobierno o con los sacerdotes no inscritos en la obligatoria Asociación patriótica de católicos chinos.
Pero incluso en las iglesias oficialmente reconocidas, los extranjeros no pueden mezclarse con los feligreses locales. Deben celebrar sus ritos en privado, siempre que sean oficiados por un enviado del régimen.
Está prohibido, además, llevar consigo más de 10 libros o materiales audiovisuales de temática religiosa. Y peor aún para quien intente distribuirlos sin un permiso previo —casi imposible de obtener— de las autoridades.
En resumen, esa “sinización” de las religiones, uno de los dogmas de Xi Jinping, ha dado un nuevo paso represivo precisamente durante el cambio de pontificado.
Este es un desafío que León XIV ya no podrá eludir ni asumir pasivamente. Al igual que León Magno, a él también le tocará enfrentarse a los Atilas de nuestro tiempo.
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Sandro Magister ha sido firma histórica, como vaticanista, del semanario “L’Espresso”.
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