La Navidad del Cordero de Dios. Una homilía inédita de Joseph Ratzinger

(s.m.) La Navidad de Jesús es tam­bién "epi­fa­nía", mani­fe­sta­ción de la unión nup­cial entre Cristo y la Iglesia. En la litur­gia del tiem­po navi­deño, for­man una uni­dad con el rela­to de la nati­vi­dad la lle­ga­da de los Magos con sus dones, el bau­ti­smo en el Jordán de quien es el Cordero de Dios, y el agua con­ver­ti­da en vino en las bodas de Caná.

Justo como en esta mara­vil­lo­sa antí­fo­na de la litur­gia ambro­sia­na, en la misa de la Epifanía :

"Hodie cae­le­sti Sponso iunc­ta est Ecclesia, quo­niam in Iordane lavit eius cri­mi­na. Currunt cum mune­re Magi ad rega­les nup­tias ; et ex aqua fac­to vino lae­tan­tur con­vi­via. Baptizat miles Regem, ser­vus Dominum suum, Ioannes Salvatorem. Aqua Iordanis stu­puit, colum­ba pro­te­sta­tur, pater­na vox audi­ta est : Filius meus hic est, in quo bene com­pla­cui, ipsum audi­te".

Que, tra­du­ci­do, dice :

"Hoy la Iglesia se ha uni­do al Esposo cele­stial, por­que en el Jordán Él lavó sus peca­dos. Acuden los Magos con dones a las bodas rea­les ; y del agua con­ver­ti­da en vino se ale­gran los con­vi­da­dos. El sol­da­do bau­ti­za a su Rey, el sier­vo a su Señor, Juan al Salvador ; el agua del Jordán se estre­me­ce, la Paloma da testi­mo­nio, la voz del Padre decla­ra : Éste es mi Hijo, en quien he pue­sto mi com­pla­cen­cia, escu­chad­lo".

Epifánico flo­re­ci­mien­to que se con­den­sa en la iden­ti­fi­ca­ción de Jesús con el Cordero de Dios que qui­ta el peca­do del mun­do (Juan 1,29) y que se rea­li­za en cada euca­ri­stía, justa­men­te intro­du­ci­da con las pala­bras del ángel en Apocalipsis 19,9 : "Bienaventurados los invi­ta­dos al ban­que­te de bodas del Cordero".

Hay una extraor­di­na­ria homi­lía de Benedicto XVI, iné­di­ta hasta hace pocos días, que reve­la el signi­fi­ca­do pro­fun­do pre­ci­sa­men­te de esta ima­gen del Cordero de Dios y, por lo tan­to, tam­bién de la epi­fa­nía navi­deña.

Fue pro­nun­cia­da por él el 19 de ene­ro de 2014, un año después de su renun­cia al papa­do, en el mona­ste­rio vati­ca­no "Mater Ecclesiae" don­de se había reti­ra­do. Y ha sido publi­ca­da en el segun­do volu­men de sus homi­lías iné­di­tas desde 2005 hasta 2017, impre­so este mes de diciem­bre por la Libreria Editrice Vaticana con el títu­lo : "Dios es la ver­da­de­ra rea­li­dad".

La misa es la del II Domingo del Tiempo Ordinario, año A, con las lec­tu­ras de Isaías 49,3.5 – 6, del Salmo 40, de la Primera Carta a los Corintios 1,1 – 3 y de Juan 1,29 – 34.

La repro­duc­ción de la homi­lía ha sido auto­ri­za­da por el edi­tor y Settimo Cielo la ofre­ce a sus lec­to­res con los más cor­dia­les deseos de Feliz Navidad.

¡Y nos vemos después de la Epifanía !

*

El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo

de Benedicto XVI
Homilía del II Domingo del Tiempo Ordinario, Año A, 19 de ene­ro de 2014

Queridos ami­gos, en el Evangelio hemos escu­cha­do el testi­mo­nio de Juan Bautista sobre Jesús. Él seña­la tres ele­men­tos : pri­me­ro, "el cor­de­ro de Dios"; segun­do, "exi­stía antes que yo", y así indi­ca la pre­e­xi­sten­cia, es decir, que este Jesús, aun­que lle­gó tar­de a la histo­ria, exi­stía desde siem­pre, es el Hijo de Dios ; y ter­ce­ro, este Jesús no solo pre­di­ca, no solo invi­ta a la con­ver­sión, sino que da una nue­va vida, un nue­vo naci­mien­to, nos da un nue­vo ori­gen atrayén­do­nos hacia sí.

En estos tres ele­men­tos está pre­sen­te toda la fe cri­sto­ló­gi­ca de la Iglesia : la fe en la reden­ción del peca­do, la fe en la divi­ni­dad de Cristo y la fe en el nue­vo naci­mien­to de noso­tros, los cri­stia­nos. No hay solo con­fe­sión y doc­tri­na, sino tam­bién la vida litúr­gi­ca cul­tual : el pri­mer pun­to, el cor­de­ro de Dios, nos indi­ca la Pascua de los cri­stia­nos, nos indi­ca el miste­rio de la Eucaristía, y el ter­ce­ro seña­la el miste­rio del Bautismo ; así están pre­sen­tes los Sacramentos fun­da­men­ta­les y la fe fun­da­men­tal en la divi­ni­dad de Jesús.

Para no exten­der­me dema­sia­do, aho­ra qui­sie­ra medi­tar con voso­tros solo el pri­mer pun­to, que qui­zás sea tam­bién el más difí­cil para noso­tros : "El cor­de­ro de Dios, el que qui­ta el peca­do del mun­do". ¿Qué quie­re decir que el Hijo de Dios, Jesús, es lla­ma­do "cor­de­ro, cor­de­ro de Dios, que qui­ta el peca­do del mun­do"?

Esta pala­bra, "cor­de­ro", en la Sagrada Escritura es una pala­bra fun­da­men­tal : la encon­tra­mos desde el Génesis hasta el Apocalipsis, es más, es la pala­bra cen­tral del Apocalipsis, pues aquí nada menos que 28 veces Jesús apa­re­ce como cor­de­ro y cen­tro de la histo­ria del mun­do.

Vemos tres tex­tos fun­da­men­ta­les. Encontramos un pri­mer indi­cio, una pri­me­ra pre­vi­sión, en la histo­ria de Abraham : la inmo­la­ción de Isaac (cfr. Gn 22). Abraham había sido invi­ta­do por Dios a dar a su hijo, que era su futu­ro, la rela­ción entre él y la pro­me­sa, por lo tan­to, era su pro­pia vida. Al dar a Isaac renun­cia­ba al futu­ro, renun­cia­ba a su pro­pia vida, y esta era la invi­ta­ción : dar­se a sí mismo en el hijo. Pero en el momen­to en que quie­re matar al hijo, pasan­do del acto fun­da­men­tal del cora­zón al acto del sacri­fi­cio exter­no, Dios inter­vie­ne, se lo impi­de, y el pro­pio Abraham encuen­tra y ve, enre­da­do en la zar­za, un cor­de­ro, y com­pren­de : "Dios mismo me pro­vee el don". Dios no quie­re nue­stra muer­te, sino nue­stra vida, y noso­tros pode­mos dar a Dios solo dones dados por Él mismo, como deci­mos en la pri­me­ra Plegaria euca­rí­sti­ca : Dios mismo me da lo que yo pue­do dar, lo que yo doy es siem­pre don suyo, Dios se da a sí mismo.

En el Evangelio de san Juan –en el capí­tu­lo octa­vo– hay un tex­to sor­pren­den­te, don­de Jesús dice : "Abraham vio mi día y se ale­gró" (Jn 8,56). No sabe­mos a qué alu­de el Evangelista, no sabe­mos cómo y cuán­do Abraham vio el día de Dios para ale­grar­se ; pero qui­zás poda­mos pen­sar cla­ra­men­te en este momen­to en el cual ve el cor­de­ro y así, desde lejos, ve el ver­da­de­ro cor­de­ro, el Dios que se hace cor­de­ro, el Dios que se dona a sí mismo en el Hijo, y al ver esta gran­de­za del amor de Dios, que se da a sí mismo hacién­do­se cor­de­ro, se rego­ci­ja, com­pren­de toda la bel­le­za de su fe, la gran­de­za, la bon­dad y el amor de Dios.

Luego los otros dos tex­tos fun­da­men­ta­les son uno en el Éxodo, la insti­tu­ción de la Pascua (cfr. Ex 12,1 – 14), y el otro en el pro­fe­ta Isaías, el cuar­to can­to del Siervo de Dios (cfr. Is 52,13 – 53,12). En el de Isaías, en un doble sen­ti­do, el Siervo apa­re­ce como cor­de­ro ; se dice : "Se com­por­ta como un cor­de­ro, como una ove­ja que es lle­va­da al mata­de­ro, no abre la boca", se deja matar sin opo­ner resi­sten­cia. Pero, ade­más del hecho de que el Siervo se com­por­ta como cor­de­ro desti­na­do a la muer­te, hay algo más pro­fun­do, y es que la pala­bra "Siervo" (taljā’ en ara­meo) tam­bién pue­de ser inter­pre­ta­da como "cor­de­ro", es decir, el Siervo mismo es el cor­de­ro, en el Siervo se rea­li­za la suer­te del cor­de­ro, él se con­vier­te en el cor­de­ro por todos noso­tros.

ùEl tex­to del Éxodo es la insti­tu­ción de la Pascua. Como sabe­mos, es la noche de la libe­ra­ción de Egipto y la san­gre del cor­de­ro defien­de a Israel con­tra la muer­te, y al mismo tiem­po abre la puer­ta a la liber­tad ; es noche de la libe­ra­ción, noche de la vic­to­ria sobre la muer­te, noche de la liber­tad : todo cen­tra­do en la san­gre del cor­de­ro. Por eso es tan impor­tan­te que, en el capí­tu­lo 19 de su Evangelio, san Juan nos comu­ni­que que Jesús fue tra­spa­sa­do por el sol­da­do roma­no pre­ci­sa­men­te en el momen­to en que en el tem­plo se matan los cor­de­ros pascua­les. Esta iden­ti­fi­ca­ción, esta con­tem­po­ra­nei­dad instan­tá­nea, nos dice : "El ver­da­de­ro cor­de­ro es Jesús". El ani­mal cor­de­ro no pue­de libe­rar, no pue­de defen­der­nos ante la muer­te ; el cor­de­ro es solo un signo, un signo de expec­ta­ti­va. El ver­da­de­ro cor­de­ro mue­re en ese momen­to : Jesús es el cor­de­ro pascual y así comien­za la ver­da­de­ra Pascua, la libe­ra­ción de la muer­te, la sali­da hacia la liber­tad de los hijos de Dios.

Para noso­tros hoy es muy difí­cil com­pren­der estas cosas, que son miste­rio­sas. El miste­rio de la Encarnación y de la Pascua, es decir, que Dios se hace uno de noso­tros y lle­va nue­stras car­gas, noso­tros hoy lo com­pren­de­mos con difi­cul­tad. Quisiera inten­tar pro­po­ner dos ideas para acer­car­nos a su com­pren­sión.

La pri­me­ra : el ángel de Dios reco­no­ce a los ami­gos de Dios por la san­gre del cor­de­ro pue­sta en el din­tel de las puer­tas. La san­gre del cor­de­ro es señal de los ami­gos de Dios. Ahora, ¿cómo podría­mos noso­tros estar mar­ca­dos así ? ¿El din­tel de la puer­ta de mi ser, cómo pue­de ser mar­ca­do por la san­gre del cor­de­ro que Dios reco­no­ce ? Esto es un miste­rio.

Quizás poda­mos decir que estar mar­ca­do por la san­gre del cor­de­ro, de modo que Dios me reco­no­z­ca, quie­re decir entrar en los sen­ti­mien­tos de Jesús, iden­ti­fi­car­se con Jesús. Su san­gre es señal de su dona­ción, de su amor infi­ni­to, de su iden­ti­fi­ca­ción con noso­tros ; entrar en los sen­ti­mien­tos de Jesús quie­re decir que real­men­te en el din­tel de mi ser está esta san­gre, esta con­san­gui­ni­dad con Jesús, que cono­ce a Dios y Dios reco­no­ce en noso­tros.

Me ha veni­do a la men­te tam­bién otra ima­gen : el papa Francisco habla a menu­do del pastor que debe cono­cer el olor, el per­fu­me de las ove­jas, y tener él mismo el olor de las ove­jas. Podríamos decir : noso­tros debe­mos comen­zar a cono­cer el olor, el per­fu­me de Cristo, y noso­tros mismos tener este per­fu­me de Cristo, ser ove­jas de Cristo con su per­fu­me, con nue­stro modo de pen­sar y de vivir. Pidamos al Señor que nos dé esta iden­ti­fi­ca­ción cre­cien­te, día a día, en el encuen­tro de la Eucaristía. Que su per­fu­me se vuel­va el nue­stro y Dios pue­da sen­tir el per­fu­me del Hijo, y así poda­mos ser guia­dos, pro­te­gi­dos por la bon­dad divi­na.

La otra idea es : san Juan aquí no dice "los peca­dos del mun­do", sino "el que lle­va el peca­do del mun­do" (cfr. Jn 1,29). Es muy difí­cil enten­der esto, yo inten­to hacer­lo con una apro­xi­ma­ción. Todos sabe­mos que en el mun­do hay una masa de mal ter­ri­ble, de vio­len­cia, de arro­gan­cia, de luju­ria ; cada día, vien­do el tele­dia­rio, leyen­do el perió­di­co, vemos cómo la masa del mal, de la inju­sti­cia del mun­do cre­ce per­ma­nen­te­men­te. ¿Cómo respon­der a todo esto ?

olo sería posi­ble si en el mun­do hubie­ra una masa aún mayor de bien, que pue­da ven­cer ; solo par­tien­do de esto pue­de haber per­dón. El per­dón no pue­de ser solo una pala­bra, no cam­bia­ría nada ; el per­dón debe estar cubier­to por una rea­li­dad pre­via de bien que sea sufi­cien­te­men­te fuer­te para destruir real­men­te este mal, para eli­mi­nar­lo.

ste es el sen­ti­do de la pasión de Cristo, que con su amor inmo­la­do crea una masa de bien en el mun­do que es infi­ni­ta, y por eso es siem­pre más gran­de que la masa del mal, y así esto es supe­ra­do, el mal per­do­na­do, el mun­do cam­bia­do. Esta es la rea­li­dad del cor­de­ro, de Dios que se hace hom­bre, se hace cor­de­ro y crea una can­ti­dad –por así decir­lo– de amor y de bon­dad que es siem­pre más gran­de que toda la can­ti­dad de mal que exi­ste en el mun­do. Así "lle­va" el mal del mun­do y nos invi­ta a tomar nue­stra posi­ción, a colo­car­nos de su lado.

San Pablo ha usa­do una fór­mu­la audaz : "Nosotros debe­mos com­ple­tar lo que fal­ta de la pasión de Cristo" (cfr. Col 1,24). La pasión de Cristo es un teso­ro infi­ni­to y noso­tros no pode­mos aña­dir­le nada, y sin embar­go el Señor nos invi­ta a entrar en esta masa del bien, a com­ple­tar­la en noso­tros con nue­stro modo de vivir humil­de y pobre, y así estar con Cristo en la lucha con­tra el mal, ayu­dar­le, sabien­do al mismo tiem­po que Él lle­va tam­bién mi mal y me per­do­na tam­bién a mí con el teso­ro de su inti­mi­dad, de su bon­dad.

Todo esto no es solo doc­tri­na, cada día es rea­li­dad en la Sagrada Eucaristía. El sacer­do­te dice pre­ci­sa­men­te lo que dice san Juan, se hace voz de san Juan : "Este es el cor­de­ro de Dios que qui­ta el peca­do del mun­do", nos invi­ta a ver con nue­stro cora­zón esta gran­de­za del amor de Dios, que se hace don para noso­tros, se hace cor­de­ro para noso­tros, se entre­ga en nue­stras manos.

Y, antes, can­ta­mos tres veces el "Cordero de Dios", que es al mismo tiem­po un can­to pascual, sobre la pasión de Cristo y sobre la vic­to­ria de Cristo ; y es un can­to nup­cial, por­que esta comu­nión es tam­bién despo­so­rio : Cristo se entre­ga a noso­tros, se une con noso­tros y así rea­li­za real­men­te las bodas de la huma­ni­dad con Dios, nos hace entrar en sus bodas. Las pala­bras con las que, según la nue­va litur­gia, el sacer­do­te invi­ta a la comu­nión : "Dichosos los invi­ta­dos a la cena del Señor", en el ori­gi­nal del Apocalipsis dice : "Bienaventurados los invi­ta­dos al ban­que­te de bodas del Cordero". Así apa­re­ce todo el miste­rio de la Eucaristía – bodas del cor­de­ro, cena de las bodas del cor­de­ro –, que es entrar en este gran acon­te­ci­mien­to, que supe­ra nue­stra com­pren­sión, nue­stra inte­li­gen­cia ; sin embar­go, pode­mos vislum­brar la gran­de­za del amor de Dios, que se une a noso­tros, que nos lla­ma a las bodas de la unión nup­cial en su bon­dad, en su amor.

Como he dicho, en el Apocalipsis el cor­de­ro apa­re­ce 28 veces : es el cen­tro de la histo­ria del uni­ver­so ; el uni­ver­so y la histo­ria se incli­nan ante el cor­de­ro (cfr. Ap 5,5 – 14). Entremos en este gesto de la litur­gia cósmi­ca, de la litur­gia uni­ver­sal, incli­né­mo­nos ante este miste­rio y rogue­mos al Señor que nos ilu­mi­ne, nos tran­sfor­me, nos haga par­tí­ci­pes de este amor, de estas bodas del Cordero. ¡Amén !

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En la foto de arri­ba, un detal­le del Bautismo de Jesús pin­ta­do por Piero del­la Francesca, 1440 – 1450, con­ser­va­do en la National Gallery de Londres.

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Sandro Magister ha sido fir­ma histó­ri­ca, como vati­ca­ni­sta, del sema­na­rio "L'Espresso".
Los últi­mos artí­cu­los en español de su blog Settimo Cielo están enesta pági­na.
Todos los artí­cu­los de su blog Settimo Cielo están dispo­ni­bles en españoldesde 2017 hasta hoy.
También el índi­ce com­ple­to de todos los artí­cu­los en español,desde 2006 a 2016.

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