(s.m.) En aparente contraste con el avance de la secularización, hoy asistimos en Occidente a un brote de conversiones. Muchas de ellas estrechamente entrelazadas con una opción política. Son conversiones al cristianismo que podrían definirse como "culturales", a menudo vividas como una "elección de civilización". Figuras clave de la actual estructura de poder en Estados Unidos como el vicepresidente J.D. Vance (en la foto de AP, con su esposa india y sus tres hijos), el secretario de Estado Marco Rubio, el tecnócrata y humanista Peter Thiel, el activista y víctima de odio Charlie Kirk forman parte de esta cohorte. Que hoy no tiene nombres igualmente prominentes en Europa y otros lugares, pero ciertamente los tuvo entre los siglos XIX y XX y todavía inspira un sentimiento extendido en las derechas políticas y culturales, expresado por la tríada : "Dios, patria, familia".
Lo que sigue es un análisis crítico original de este fenómeno, escrito para Settimo Cielo por Roberto Pertici, ex profesor de historia contemporánea en la Universidad de Bérgamo y autor de libros importantes, el último de los cuales es "Il caso Renan. La prima guerra culturale dell’Italia unita", publicado en 2025 por Mulino.
Pertici es un autor que los lectores de Settimo Cielo ya han tenido la oportunidad de apreciar varias veces, en una decena de sus ensayos ágiles y densos publicados entre 2018 y 2023 y dedicados a analizar la etapa actual de la Iglesia.
Baste aquí recordar algunos de estos ensayos, cuyos títulos permiten intuir los contenidos, pero no la cautivadora originalidad interpretativa de la que el autor hace gala :
> ¿El fin del “catolicismo romano”? (13 de abril de 2018)
> Historiar el Vaticano II (31 de agosto de 2020)
> El post-Concilio y los “grandes saltos hacia adelante” de la modernidad (14 de septiembre de 2020)
> ¿Es posible un “renacimiento religioso”? I – Desde el Concilio de Trento a los comienzos del siglo XIX (22 de abril de 2022)
> ¿Es posible un “renacimiento religioso”? II – Desde mediados del siglo XIX hasta hoy (28 de abril de 2022)
A él de nuevo la palabra.
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Dios, patria, familia. Una tríada por corregir
por Roberto Pertici
1. Si se mira la fe religiosa como un fenómeno histórico y humano (prescindiendo por tanto de las infinitas y seculares discusiones teológicas sobre su fundamento sobrenatural), se pueden individuar diferentes "modalidades": fe por tradición familiar, por entorno ambiental, por sugestión de una personalidad carismática, por espíritu de grupo o de secta, por reacción a dolores insoportables. En los últimos dos siglos ha desempeñado un papel muy relevante también una fe estrechamente entrelazada con una opción política : tan entrelazada que, a menudo, no ha estado claro cuál de los dos elementos tenía prioridad, es decir, si una determinada elección política emanaba de una opción religiosa o viceversa.
Las crisis de conciencia y las elecciones opuestas que hubo entre los católicos franceses en el momento de la condena de la "Action française" por parte de Pío XI demuestran bien esta ambigüedad de fondo. Y en el "Renouveau catholique" de principios del siglo XX, en esa cohorte de, a menudo, grandes escritores y filósofos (por ejemplo, Carl Schmitt), ¿hasta qué punto su opción religiosa fue determinada por la más general crítica de la modernidad y por la necesidad de autoridad, de la que la Iglesia católica les parecía el último baluarte ?
Aquí me gustaría aludir a una tipología, que se podría llamar "cultural", contigua en cierto modo a la que acaba de recordarse. Se verifica cuando un intelectual que ha tenido una formación laica y es ajeno a la dimensión religiosa llega a la conclusión, más o menos consciente, de que (por decirlo con Martin Heidegger en 1976) "solo un Dios puede salvarnos" (salvación política, cultural, de civilización) y, por lo tanto, decide saltar el foso y vivir una experiencia de "conversión". En resumen, la religión como opción cultural y como "elección de civilización".
Estas observaciones mías no pretenden en modo alguno poner en duda la sinceridad de tales conversiones, porque no quieren entrar en un foro interno que es insondable. La fe a menudo se resuelve en una serie de hábitos más o menos comúnmente aceptados y sabiamente regulados : lo saben bien los fundadores de órdenes religiosas, que dan una importancia central a la "regla".
Tampoco vale la pena subrayar la discrepancia entre los preceptos religiosos y el estilo de vida de muchos de estos intelectuales convertidos, que conviven a menudo más o menos dramáticamente con sus "pecados", porque la esperanza de que la opción religiosa los haga más fuertes frente a las "tentaciones" se disuelve pronto, supuesto que haya sido alguna vez concebida. Por lo tanto, es inútil poner en duda la fe de Chateaubriand por causa de sus múltiples amores en cada etapa de su vida. También porque situaciones análogas se encuentran en todas las demás formas de conciencia religiosa, por lo que vale el eterno "el que esté libre de pecado que tire la primera piedra" o el más moderno "¿quién soy yo para juzgar?".
2. Tratemos de entender esquemáticamente la fenomenología de la conversión "cultural". Ya se ha aludido : en el fondo está la sensación de un fracaso personal o de época, de encontrarse en un callejón sin salida, en medio de una borrasca histórica que ha anulado todos los puntos de referencia habituales. Los grandes cataclismos históricos de los últimos siglos a menudo han provocado un resurgir de la vida religiosa : la Restauración después de la revolución francesa y las guerras napoleónicas, la derrota francesa de 1870, las dos guerras mundiales. O las grandes crisis culturales : la del positivismo de finales del siglo XIX, incluso (en algunos) la del marxismo a finales del siglo XX. Otras veces son situaciones personales : después del "Uomo finito" de 1913, ya se preveía entonces que Giovanni Papini podía o pegarse un tiro o convertirse. Cómplices también las tragedias de la primera guerra mundial, eligió el segundo camino.
¿Cómo sale el intelectual en crisis de este penoso "cul-de-sac"? Advierte que no puede salir con los giros culturales habituales, sino haciendo saltar la mesa : dejando atrás todos los códigos y las "unspoken assumptions" de su casta y volviendo a una práctica de obediencia. Sí, de obediencia : que no extrañe la palabra. Quien recorre un camino de conversión busca un marco de valores y un código de comportamientos nuevos y a la vez antiguos que le encuadren de modo definitivo la existencia, un marco garantizado por una institución milenaria y gloriosa. Nuevos y antiguos, he dicho : porque para muchos es también un retorno a las palabras de la infancia, al rostro de maestros queridos, a las oraciones aprendidas de la madre. Cuando el filósofo Benedetto Croce advertía polémicamente en estas elecciones una voluntad de volver a ser niños después de haber experimentado la edad adulta, no estaba del todo equivocado.
En el momento culminante de la crisis, se dispara precisamente una decisión, un acto de voluntad, la "voluntad de creer". Recupero no por casualidad el título de la célebre conferencia de William James ("The will to believe", 1896), porque se trata en definitiva de una manifestación de pragmatismo religioso. Dado que se llega a la conclusión de que la religión es indispensable para la sociedad en un determinado momento histórico, uno se esfuerza por asumirla y hacerla propia con todo el bagaje de creencias y de prácticas que conlleva, incluso las más ajenas a la racionalidad en la que se ha crecido. Se evita un examen crítico de cada una de ellas, se las asume en bloque, porque reposan sobre la autoridad a la que el intelectual siente ahora la necesidad de someterse, considerando que es justo y necesario hacerlo así.
En la cultura italiana, la crítica más aguerrida de tal pragmatismo religioso fue la del gran historiador Adolfo Omodeo en su libro de 1939 sobre Joseph de Maistre, cuando advertía que no puede uno incorporarse a una religión ni persuadir de adherirse a ella "con el argumento de lo útil y con el conocido aforismo de que nada de lo que es útil puede ser falso" y añadía polémicamente : "No se puede implantar arbitrariamente un dogma que se considere útil, una creencia como un poste, en la conciencia de los individuos y de los pueblos". En resumen, la religión puede ser juzgada indispensable en el plano individual y social, pero no se puede adherir a ella solo en nombre de esta utilidad, no se puede decidir creer en Dios porque es útil para nuestra vida o para la de nuestro tiempo.
Sobre este fondo, se comprenden la moderación e incluso la desaparición de ciertas situaciones religiosas. Precisamente su carácter históricamente determinado, el responder al color de una época, cuando el tiempo cambia, pierden inevitablemente su impulso interior.
Leyendo "La fortune des Rougon" de Émile Zola, me ha impresionado esta observación suya : "Hasta 1830 los habitantes [de Plassans] permanecieron católicos practicantes y monárquicos fervientes ; incluso el pueblo solo juraba por Dios y por sus reyes legítimos. Luego [después de la revolución de julio y el fin de la monarquía borbónica] tuvo lugar un extraño vuelco : la fe se desvaneció, los obreros y los burgueses, abandonando la causa legitimista, pasaron poco a poco al gran movimiento democrático de nuestros tiempos".
Me ha impresionado, porque lo mismo ocurrió en una serie de grandes intelectuales, cuyas biografías me apasionan y me hacen pensar : Lamennais, Victor Hugo, Lamartine, Michelet. Todos ellos fueron católicos (y legitimistas) hasta 1830, luego en formas diversas abandonaron el catolicismo, pasando en las dos décadas siguientes a religiones variadamente humanitarias y a la democracia.
Debemos a esta transición obras como las "Paroles d’un croyant", la "Histoire des girondins", "Le Peuple" y también "Les Misérables". El cambio del "Zeitgeist", del espíritu del tiempo, incidió irremediablemente también en su fe religiosa.
3. ¿Podemos modestamente extraer un corolario político y cultural de estas aparentemente etéreas consideraciones ? En la derecha cultural y política, hay algunos hoy que, con las mejores intenciones, invocan la tríada : "Dios, patria, familia". Si pudiera, les aconsejaría que dejaran de lado el primer elemento. Dios es como el coraje para el don Abbondio de "Los novios": uno – si no lo tiene – no puede dárselo a sí mismo.
¿Qué querrían hacer estos para hacer emerger una nueva conciencia religiosa ? ¿Propagar creencias y prácticas sobre las que a menudo ni siquiera la Iglesia insiste ya ? ¿Volver al catolicismo como religión de Estado ? ¿Conformarse con actos simbólicos como el crucifijo en las oficinas públicas o en las escuelas ? Pueden buscar, si tienen las capacidades, restaurar la posibilidad de un pensamiento religioso en relación con la cultura contemporánea : pero no bastan las quejas sobre el relativismo y el nihilismo para operaciones de este tipo, de lo contrario se vuelve a la tautología de "solo un Dios puede salvarnos" y al pragmatismo religioso.
Si además es por algún maquiavelismo que se pone a Dios a la cabeza de la famosa tríada, es decir, para estrechar una relación preferencial con la Iglesia y, por lo tanto, obtener su apoyo político, creo que quien lo propone se equivoca en sus cálculos : la jerarquía italiana, sus periódicos, sus "think tanks" me parecen ya orgánicamente englobados en el mundo progresista.
Pero incluso si fuera posible volver a la era del cardenal Camillo Ruini (solo por recordar el ejemplo italiano más cercano), hay que tener presente que estas alianzas políticas con el mundo eclesiástico resultan siempre efímeras : la Iglesia las concibe (y justamente desde su punto de vista) de modo totalmente instrumental, para enfrentar un determinado contexto, pero luego las supera si el contexto cambia (y en el contexto está incluido, quizás, también un papa que cambia). Ella ha usado y desechado a Luigi Sturzo y a Alcide De Gasperi ; ¿no usaría y desecharía hoy…? bueno, no pongamos nombres. Y luego, ¿se está seguro de que el juego valga la pena, es decir, que el peso específico que la Iglesia tiene hoy en las sociedades occidentales justifique un total "ralliement" a ella también en el plano de los principios ?
Yo dejaría a Dios a la conciencia de cada uno, sin insertarlo en un proyecto político. Como máximo se debe asegurar un contexto en el que la libertad religiosa sea efectiva (también para los nuevos ciudadanos venidos de fuera) y la vida social no esté dominada, ni siquiera en las comunidades no cristianas, por las pretensiones de "sacerdotes" de cualquier tipo.
Libertad religiosa y laicidad : estas son las exigencias que un poder político (de cualquier color) debe asegurar en la sociedad contemporánea. "Patria" y "familia" son, en cambio, problemas en los que la política puede, más aún, debe decir lo suyo y cada uno está llamado a hacer sus propias elecciones y sus propias batallas. Es preferible abandonar todo pragmatismo religioso y dejar hacer al Espíritu, por usar por un momento un lenguaje evangélico : Espíritu que, como todos deberían saber, "sopla donde quiere" (Juan 3,8).
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Sandro Magister ha sido firma histórica, como vaticanista, del semanario "L'Espresso".
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